El cerdo asado fue un éxito. Horas antes lo mataron, justo enfrente de los otros chanchos que, resignados a su destino, observaron la ejecución de su camarada.
Pero eso no le importaba a los verdugos. Estaban muy ocupados con los preparativos para la fiesta.
Hubo música, baile, una ronda de bocaditos y bebidas y el insistente "bis" que pedían a la banda que contrataron para esa noche.
Carlos, el dueño de la granja, estaba muy emocionado con la fiesta. Vinieron todos sus parientes, tanto los del campo como los de la ciudad. También conoció caras nuevas, dado que algunos trajeron a sus respectivas familias. eso emocionó tanto a Carlos que lo festejaba tomando clericó una y otra vez.
Pero el espectáculo final fue el cerdo. Lo partieron en varias partes y ninguno se quedó con las manos vacías. Carlos fue el que más disfrutó de la comida. Ya pasado de copas, comió los pedazos más grandes y pidió a los músicos que tocaran polcas para animar la comilona.
Cuando la mayoría de los visitantes se fueron, Carlos se quedó con unos amigos a seguir bebiendo. Empezaron a conversar de fútbol, mujeres y trabajo. Al final, hablaron del cerdo que comieron y se preguntaron cuándo volverían a repetir la fiesta.
- Tengo otro en la lista- dijo Carlos- Aún es pequeño, pero es sano y fuerte.
Carlos quiso mostrarles a sus amigos el próximo cerdo a ser sacrificado. Los dejó y empezó a caminar tambaleándose de un lado a otro. Estaba tan borracho, que la vista se le distorcionaba y el chiquero le parecía muy lejano. A pesar de todo llegó y, ahí mismo, cayó de bruces al suelo y empezó a vomitar.
Enseguida se acercaron los cerdos, que empezaron a lamer sus vómitos. Carlos siguió vomitando. Se puso de costado y se encontró, cara a cara, con uno de los chanchos. Por alguna razón, al granjero le asustó la mirada del animal. Lo miraba fijo, como si fuera que planeaba hacerle algo muy malo. Y, sin previo aviso, el cerdo se abalanzó sobre él y le mordió la nariz.
Los otros cerdos lo imitaron. Carlos estaba bañado en su propio vómito y no podía moverse. El peso de los cerdos, que se pararon encima de él, no le permitía ni respirar. Los cerdos le mordieron la nariz, la boca, las orejas, los ojos, el cuello y parte de los hombros. Pero no eran mordidas suaves. Eran mordidas fuertes, tenaces, capaces de arrancar de un estirón un fragmento de madera. Y eso es lo que hicieron los cochinos. Le arrancaron fragmentos de su cabeza y le hicieron sangrar las heridas, lo cual estimuló más a los cerdos y siguieron masticando y tragando sin parar.
Y así fue como le encontraron sus amigos: muerto, con la cara desfigurada y los chanchos tragandoselo poco a poco, disfrutando de la dulce venganza de quien asesinó a un miembro de la piara, para despedazarlo y entregárselo a esas bestias de dos patas.
Nota: Este cuento está basado en un hecho real. El nombre y el desenlace fueron cambiados, por las dudas. Saludos ;)
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