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martes, 3 de enero de 2012

Vida extraña

Domingo por la mañana. Nada productivo para hacer. A diferencia de muchas otras señoras que se dedicaban el fin de semana a sus maridos e hijos, ella dedicaba ese tiempo a no hacer nada, solo a observar a través de la ventana.
Mientras veía pasar el tiempo, ella pensaba en lo aburrida que es la vida. Mas, de pronto, en la mansión de frente, vio asomada a su balcón a una niña, que podría estar a pasos de su pubertad. La niña observaba el cielo, mientras abría y cerraba la boca cada rato. La que la observaba, intentaba escuchar lo que decía. "¿Será ezquisofrénica? ¿O es de las que piensan en voz alta?"
El ruido de los autos y de las personas impedían que pudiese escuchar bien. Lo único que sabía era que estaba diciendo algo. Tal vez acerca del cielo o simplemente cantando un soneto que pudieron dedicarle el otro día.
En el balcón, apareció otra figura. Era un hombre alto, que podría estar cerca de la tercera edad. El hombre se acercó a la niña. La abrazó. Tal vez fuese su abuelo o padre pero... ¿No era ése un abrazo más característico de los amantes? Al menos, eso pensó la mujer que los observaba, al ver cómo ese señor acariciaba a la niña de una manera suave y sensual. Y la niña no parecía alarmarse ni disfrutar de eso. Seguía mirando al cielo, abriendo y cerrando la boca sin parar.
La señora que los observaba no sabía qué pensar. ¿Será que siempre vivieron de esa forma? ¿Será su abuelo? ¿O su padre? Escuchó varios casos de esos, pero nunca lo presenció en vivo.
"¡Qué terrible que su propio padre la trate como a una amante!" Pensó, mientras se debatía a sí misma entre hacer algo para salvarla o seguir observándola hasta el cansancio.
Los dos, el hombre y la niña, se separaron por unos instantes. El la levantó en brazos, mientras la metía a la casa de una manera delicada. Tal vez para seguir con lo que hacía sin que nadie los observaran.
En el resto del día, la mujer no hizo nada. Seguía observando la mansión, pensando en la vida de esa niña cuya personalidad estaba por los suelos. No denunció a la policía. Ni siquiera cerró la ventana para no seguir viendo. Solo observaba, mientras el sol se ocultaba tras las pequeñas casas del barrio y las personas que caminaban por la calle que, indiferentes a las vivencias ajenas, volvían a sus casas para reunirse con sus respectivas familias.

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