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viernes, 4 de mayo de 2012

Al final de la primavera

NOTA: cuento basado en un hecho real:  http://www.abc.com.py/articulos/salvemos-los-arboles-de-la-plaza-infante-rivarola-272448.html 

El viento levantaba las flores de los lapachos que cayeron al suelo. Aún faltaba mucho para el verano, pero ya se guardaban las camperas, como aguardando el final de los días frescos.
Una chica, llamada Fátima, estaba sacando fotos de los lapachos. Estaba entusiasmada con el arte fotográfico y esperaba ser una profesional en ese ámbito. No solo se limitó a sacar fotos de los árboles, sino también el contraste de las hojas con las flores y la interesante composición de las ramas y pétalos de lapacho que caían al suelo.
Un amigo le había dicho que, por ampliar estacionamiento, una gran emrpesa pidió solicitud para cortar todos los árboles de la plaza. De esa manera, se "agilizaría" el tránsito y no habría más problemas para estacionar.
Eso a Fátima no le gustó. Al estar en esa plaza con su cámara, se dio cuenta de lo hermoso que son los árboles y que, con sus sombras, podía resguardarse del duro verano. Por lo tanto, antes de que las crueles maquinarias arrazaran con la plaza, la joven fue a sacar fotos y tenerlas como recuerdo.
En eso estaba, cuando se acercó a ella Lourdes, una amiga. Fátima le dijo lo que hacía y Lourdes le pidió ver las fotos.
Fátima las mostró. Lourdes fue pasando las fotos, haciendo zoom en las que más les gustaban y, así, observar cada detalle que le otorgaban las imágenes. Cuando terminó, le devolvió la cámara y comentó:
- ¿Vas a subir las fotos? ¡Dale na, subí!
- Sí. Voy a subirlas- dijo Fátima- quiero mostrar a todos estos hermosos árboles que pronto van a echar.
- ¡Que buena idea! Espero que alguien también esté de acuerdo con que debemos conservar la plaza.
Días después, todos vieron las fotos de Fátima. Lourdes se encargó de reenviar y etiquetar las fotos a sus contactos, para que ellos también los vieran. Algunos pusieron comentarios, en que se mostraban indignados sobre cómo a las empresas, una vez más, les importaba poco o nada el asunto sobre el medio ambiente.
Pero eso no fue todo. Un día, Fátima recibió una invitación a una marcha que se haría en la plaza el sábado. El motivo era que todos querían impedir que la empresa mandara echar los árboles y exigían que buscaran otra solución al problema del estacionamiento.
Llegó el sábado. Fátima asistió a la marcha, con su cámara. Lo que le llamó la atención fue que, todos los árboles, tenían una cinta blanca alrededor de los troncos, como símbolo de la paz y de apoyo a la vida.
Muy pocos lapachos conservaban sus flores, lo cual Fátima lo comparó con una persona a quien le sacaron todo lo que era parte de su vida. Esas personas siempre parecen vacías, sin vida y deprimidas. Era como si los árboles, realmente, supieran lo que estaba pasando y se marchitaban por eso.
Una niña se acercó a uno de los árboles y lo abrazó. Eso Fátima lo pudo captar con su cámara. La niña era muy pequeña, pero era conciente de lo que pasaba. Incluso, mucho más que todos los empresarios antinaturalistas juntos. De seguro, durante su corta vida, la niña se la pasó trepando árboles o, simplemente, descansando en ellos. Esa escena duró unos minutos, pero fue lo más impactante que pasó durante la marcha.
Por esa niña, y por todos los niños, Fátima juró a sí misma que, con su propia habilidad, haría lo posible para concienciar a los demás sobre la importancia de cuidar el mundo y no contaminarlo más de lo que ya está. Sabía que el camino sería largo y tedioso, pero aquella marcha fue una buena señal de que, con sus fotos, podía hacer un clic en el pensamiento de la gente para cuestionar lo que les parece un crimen y un acto injusto a la vida.

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