Todos los días tomamos café en una hermosa casa de paredes extrañas. De vez en cuando, leemos algo que hemos escrito, o simplemente escribimos en el momento.
A veces estamos todos y a veces algunos faltan. Como siempre. Pero al que siempre esperamos con ansias es al escripción. Es una persona muy peculiar: alto, de cabellos largos hasta la cintura y con las ropas más extravagantes que uno se pueda imaginar. A simple vista, es un Friki. Pero en realidad es la persona más común y corriente de todas. La mayor parte del tiempo nos muestra sus escritos. Casi siempre son párrafos o simples oraciones, pero de alguna manera, sus palabras nos impactan. Son como pequeñas flechitas que dan directo al blanco.
El escripción, mientras escribe, toma litros y litros de café. Y los toma sin ponerle azúcar ni edulcorante. Dice que el café amargo estimula más la imaginación. Pero entonces me pregunto: ¿Por qué escribe puras oraciones o párrafos si, al tomar semejante café, su imaginación se eleva a la altura del cielo?
Así que, un buen día, se lo pregunté. Me miró fijamente a los ojos, sin pestañear. Parecía que estaba pensando en una buena respuesta. Pero no se hizo esperar y dijo: “Soy un escripción, un extraño espécimen que ama sus escripcionalidades”
Luego de eso, intenté tomar el café sin azúcar. No pude soportarlo: era demasiado amargo. Aún con el azúcar, el café es amargo pero bebible. Pero, para experimentar lo que sentía el escripción y por pura curiosidad, me tomé el café de una sola vez.
Las consecuencias fueron la sensación del amargo café en la boca por horas, la risa de los que estaban en la casa por hacer tal intento y un nuevo intento de aliviar mi sentido del gusto con el agua… sin ningún éxito.
Y también el soportar que los demás me digan que aún soy joven para tomar cosas amargas.
El escripción fue el único que no se rió. Es más, me trajo un caramelo para aliviarme y sacarme el gusto del café amargo de la boca. Cuando se me pasó el efecto, me di cuenta de que me sentía igual que antes: mi imaginación no se incrementó en ningún momento y mis escritos eran iguales que siempre.
Y así seguimos, todos los días, tomando café y compartiendo lecturas y escrituras. Pero sigue el misterio del escripción, aunque ya nos hemos acostumbrado a sus rarezas y a sus cortos escritos que siempre esperamos con ansias.
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