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miércoles, 5 de septiembre de 2007

Utopía realizable

Armando se despertó luego de tener un extraño sueño. Se fue a dormir en la casa de su amigo Carlos. Él aún seguía durmiendo, porque había madrugado para perseguir a un ladrón. No lo logró, por lo que decidió resolver ese problema para otro momento.
Armando, mientras trataba de recordar su sueño, empezó a peinarse sus largos cabellos negros con los dedos, porque se había olvidado del peine. Luego fue al baño a lavarse la cara y, finalmente, fue a la sala a ver televisión.
Lo que vio fue una manifestación que hicieron las víctimas del Icua Bolaños que, como siempre, clamaban justicia por los muertos y heridos exigiendo que mandaran a la cárcel a los culpables con pena máxima.
- ¡Siempre lo mismo!- refunfuñó Armando- ¿Cuándo será el momento en que cambiarán las cosas?
La televisión empezó a tener algunas fallas. Las imágenes salieron en blanco y negro, por lo que el joven se levantó y golpeó el aparato.
En eso estaba cuando apareció Carlos. Acababa de despertarse, por lo que todavía tenía una cara de dormido. Al ver a su amigo golpear la tele, le dijo:
- Che, que la tele no es mío.
- ¡Es que me da rabia!- dijo Armando- tenía que ser de Paraguay para que todo funcione así.
Carlos suspiró. Ya no podía hacer nada para mejorar la conducta de su amigo, por lo que se acercó a él, apagó el aparato y le dijo:
- Vamos a hacer algo más que plaguearnos. ¿Estamos?
Se arreglaron un poco y salieron de la casa. Como el auto de Carlos se descompuso, tuvieron que tomar el colectivo. Por poco no se subieron por el techo de tantas personas que había. Lo peor fue que, por la mitad del camino, se descompuso el bus y todos los pasajeros tuvieron que bajar de él.
Mientras Armando empezaba a maldecir, Carlos quedó en silencio y empezó a reflexionar. Luego, tomó el brazo de Armando y, sin atender las preguntas de éste, lo llevó hasta una esquina en la que estaba una mujer con su bebé en brazos.
- Te presento a Rosita- le dijo Carlos a Armando, señalando a la mujer- a pesar de tener solo dieciocho años, tiene como cinco hijos. Su primer hijo lo tuvo a los trece y, desde su infancia, tuvo que mendigar para vivir.
- Muy triste, pero no entiendo para qué me trajiste hasta aquí y me contaste la historia de esa mujer- dijo Armando.
- Bueno, dado que siempre criticas este país, te plagueas por el gobierno, te indigna los ladrones y preguntas quién podrá hacer el cambio, decidí que tú sientas la realidad tal y como es llevándote en lugares estratégicos de Asunción. He conocido a muchas personas que me narraron sus experiencias y, a través de eso, pienso hacer una gran manifestación en la que, sin importar las diferencias, todos los paraguayos denuncien el contrabando, la contaminación, la deforestación, la pobreza, la discriminación, el secuestro, el maltrato y muchos problemas más. ¿Qué te parece? Es mejor que sentarse todo el día y plaguearse.
Armando reflexionó por unos minutos las palabras de su amigo. Recordó el sueño que tuvo, en la que participaba en la manifestación más grande de todos los tiempos de la historia paraguaya, algo que no ocurrió. En su sueño nadie faltaba. Prácticamente participaban todos, sin importar sus diferencias o si venían de otros países. No sabía si fue coincidencia que Carlos le mencionara esa manifestación. Lo que sí, es que también estaba harto de estar de brazos cruzados, por lo que le dijo:
- Suena a una utopía, pero podemos hacer el intento.
- No. ¡Vamos a hacer el intento!
Y, sin decirse ninguna palabra más, se acercaron a la mujer para hacerla partícipe de un sueño inalcanzable, pero no imposible.

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