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domingo, 7 de agosto de 2011

Vida de estudiante

“Buenas. Me llamo Marilú. Gusto en conocerte”

Era lo que deseaba decir Marilú en su primer día de clase. Todos los años, durante toda la secundaria, deseaba acercarse a los compañeros nuevos y decir esas palabras.

Nunca fue una chica extrovertida. Veía a sus compañeros, de lejos, cómo se reunían y compartían recuerdos que llevarían toda la vida. Siempre se sentaba en un rincón, leía un libro o simplemente escuchaba música. Pero casi nunca se acercaba a sus compañeros para simplemente conversar.

Al principio, ellos intentaron que ella fuese más sociable. La invitaban a una fiesta, o le pedían que les ayudara con las tareas. Pero nada de eso resultó. Marilú siguió siendo distante durante toda la secundaria.

Cuando llegó el tercer año, vino una chica nueva. Era extraño, dado que normalmente, cuando uno va a terminar el colegio, tiende a quedarse donde está. Era su última oportunidad, por lo que se acercó a ella y le dijo: “Buenas, me llamo Marilú… mu…”.

La compañera nueva la miró. Luego sonrió y dijo: “Hola. Yo soy Ana”

Fue el gran paso que dio Marilú en ese último año de colegio. Después, se acercó muy poco a Ana. Cada tanto se saludaban, pero nunca tuvieron una conversación directa.

Ana, al contrario que Marilú, era muy extrovertida. Enseguida hizo amigas y fue muy popular en el curso. Marilú la envidiaba, pero al menos, se alegraba de poder decir aquello que siempre quiso decir en los primeros días de clase.

Terminó la secundaria y llegó el día en que tendría que entrar en la universidad. Inscribirse en una no le llevó muchos problemas. Por suerte, eligió una carrera en la que no requería examen de ingreso, por lo que entró en la facultad enseguida.

La situación cambió. Marilú sabía que, en la facultad, tendría que ser un poco más abierta y hacer amigos. No lo logró en la secundaria, pero tendría que lograrlo en la facultad.

Durante el primer día, fue la primera en llegar. Al principio iba a sentarse en el fondo, pero lo pensó bien y se mudó al frente. Comprendió que así podría atender mejor las clases. Pero lo volvió a pensar: no podría ver bien a sus compañeros y no sabría con quién conversar.

En eso estaba, cuando entró una chica en la clase. Marilú se sentó enseguida. Después de esa chica, entró un chico. Después entraron más personas y todos se sentaron y conversaron.

Algunos, como Marilú, se mantuvieron distanciados de los demás. Eran muchos en la clase y muy pocos se conocían. Marilú, entonces, se armó de valor y decidió acercarse a una chica que, casualmente, también se sentó en frente.

Cuando estuvo frente a ella, se puso nerviosa. No sabía qué decirle. La chica la miró, extrañada. Luego de un rato de silencio, la chica le dijo:

- ¿Qué pasa? ¿Querés sentarte aquí?

- Perdón- dijo Marilú- solo… quería… este… ¡Quería conversar!

La chica la volvió a mirar extrañada. Al final, le dijo:

- Lo siento, pero no soy de ese tipo. Me gustan los hombres.

- ¡No!- dijo Marilú, al ver que la chica la malinterpretó- ¡Yo tampoco soy de ese tipo! Perdón, la verdad no soy buena relacionándome con los demás. Pero si no quieres estar cerca de mí, volveré a mi asiento.

Ya cuando Marilú estaba por regresar, la chica le dijo:

- Entiendo. Yo también tuve ese problema. Perdón por lo que dije.

Marilú regresó. La chica le dio una sonrisa amistosa y le dijo para sentarse juntas. Cuando Marilú se sentó juntas, perdió su nerviosismo y, después de seis años de querer decirlo, al fin lo dijo:

- Buenas, me llamo Marilú. Mucho gusto en conocerte.

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