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sábado, 28 de mayo de 2011

Prohibido las relaciones sociales

Hoy es 13 de noviembre del año 2100. El tiempo es caluroso, cielo parcialmente nublado y vientos del norte. La temperatura es de 40º. Se estima que para mañana disminuirá a 39º.

Eso era todo lo que decía el noticiero.

Desde que “El emperador” tomó el mando del mundo hacia 50 años, se prohibieron las relaciones sociales. Nadie podía acercarse a otras personas, ya sea pareja, amigo, conocido o pariente. El que desobedecía era condenado a muerte. El emperador también estableció que, la única manera que se podían comunicar era por celular. Y todos los otros trabajos (construir edificios, limpiar las calles, etc…) lo harían las máquinas.

La razón por la que “El emperador” quería apartar a las personas era porque quería disminuir la cantidad de humanos que poblaban la Tierra. Como mínimo podían tener un hijo, pero sin relaciones sexuales y con “vientres artificiales”, que eran unas incubadoras que imitaban casi a la perfección el vientre materno. Por lo tanto, los pocos niños que nacían no conocían a sus padres.

Todos los países establecieron esa norma y fueron eliminados como naciones. Todas las personas se encerraron en sus casas y, por cincuenta años, nunca se vieron ni se encontraron.

Pero ese 13 de noviembre, todo iba a cambiar.

Ann, la hija del emperador, acababa de cumplir veinte años. Como cualquier persona, nació de un vientre artificial. Y, como toda persona, nunca conoció a sus padres. Fue criada por máquinas, que le enseñaron a leer, a escribir y un montón de cosas más.

El primer mensaje que recibió de su padre fue este:

Hija, yo soy tu padre. Soy el emperador. Por lo tanto eres una princesa. Te llamas Ann y quiero que nos comuniquemos.

Ann, que recién aprendió a escribir, le respondió:

Quiero verte

Su padre le dijo:

Está prohibido. Y como emperador, debo dar el ejemplo. Cuando cumplas veinte años, mandaré a que te extraigan un óvulo y tendrás un hijo.

Ann sabía que debía quedarse encerrada en su casa y dejar que las máquinas hiciesen todo por ella.

Por veinte años vivió así, hasta que, aquel noviembre, luego de escuchar el noticiero, empezó a reflexionar.

Nunca se atrevió a contradecir a su padre, pero ya estaba cansada de su vida. Todos los días hacía lo mismo. Y seguiría así hasta el día de su muerte. ¿Qué sentido tenía vivir si nunca podría ver a otro ser humano que no fuese ella misma?

Por lo tanto, en su cumpleaños, se atrevió a mandarle este mensaje a su padre.

Papá, como regalo quiero ver, por lo menos, tu cara.

Y el emperador le contestó:

Ya te dije que está prohibido. Pide otra cosa

Papá, quiero saber cómo es otra casa que no sea la mía. Soy tu hija, pero ni siquiera nos conocemos. Ni siquiera sé quién es mi madre. Sé que antes las personas se podían ver. ¿Qué pasó para que cambie eso?

Hija, dentro de pocas horas serás madre. Otras personas me piden permiso para tener un hijo, pero tú no lo necesitas. Si las personas se vieran, querrían juntarse. Luego procrearían de una forma antihigiénica y tendrían muchísimos hijos. ¿Y qué ganaremos con eso? Guerras, contaminación, peleas, superpoblación, mala distribución de las riquezas… desde que implanté este sistema, la población ha disminuido y, poco a poco, el planeta fue recuperando su vida vegetal. ¿No te parece bello?

¡No, papá! No entiendo qué sentido tiene la vida si no puedo verte. De seguro todos se harán esta pregunta, pero no se atreven a contradecirte porque los matarás. Creo que lo mejor sería que supiéramos quiénes somos y para qué existimos.

Y así, padre e hija empezaron a discutir por un buen rato. Al final, el emperador dijo:

¡Bueno, está bien! Nos mandaremos una foto de nuestros rostros. ¡Y hasta ahí! Con esto, decretaré que todos pueden mostrar sus fotos a sus amigos, pero todavía no pueden acercarse.

“El emperador” así lo hizo. Y recibió la foto de su hija.

Era morena, con ojos verdes y un simpático lunar en una de sus mejillas. No podía creer que esa belleza fuese su hija. Quedó tan impactado que no sabía qué decir.

Lo mismo le sucedió a su hija.

Recibió la foto de su padre. Vio a un señor viejo, decrépito y con unos ojos oscuros que transmitían una mirada perdida.

Por alguna razón, Ann sintió más ganas de verlo, abrazarlo y consolarlo.

Se dio cuenta de que él, cuando tenía veinte años, vivió en el mundo en donde las personas se conocían y hablaban frente a frente. De seguro, su época fue difícil: faltaban alimentos, faltaba agua, había múltiples guerras y un montón de atrocidades que hicieron que el joven emperador se desilusionara de la vida.

El emperador también sintió lo mismo por su hija. La verdad, nunca supo quién era la madre. Solo sabía que ella falleció hacia mucho tiempo. Aún así, supuso que su hija era idéntica a la madre.

Si no fuera por la ley que él mismo impuso, podría conocer a la madre de Ann, amarla y criar juntos a la pequeña princesa. No importa los problemas y los conflictos de familia, igual se sentirían orgullosos de su inteligente hija.

En ese remolino de emociones, recibió miles de mensajes. Todos recibieron el decreto, hicieron lo mismo que el emperador y Ann y, enseguida, reclamaron que aboliera la ley.

Todos querían ver a sus padres, hijos, amigos, parejas y más.

El emperador no sabía qué hacer. Debía tomar una decisión pronto o habría una revolución sangrienta. Todas las máquinas estaban programadas automáticamente para matar a cualquier humano que saliera de su casa para encontrarse con otro. Ya había pasado unas cuantas veces al principio. Y volvería a pasar, solo que la cantidad de muertos sería mucho más numerosos de lo que suele generar una antigua guerra.

Empezó a programar las máquinas. El emperador tenía su computadora principal, donde daba las órdenes. Pero para abolir tal ley, debía insertar su clave de seguridad. Pasaron muchos años, lo había olvidado. Probó unos y otros códigos, pero todos eran incorrectos.

Al intentarlo como diez veces, se irritó y golpeó la computadora tan fuerte, que la misma se destruyó.

Con eso, desactivó a todas las máquinas que operaban en el mundo.

Unas cuantas ya estaban matando a los que osaron incumplir la ley luego de haber visto la foto de sus seres queridos. Todos ellos fueron considerados mártires y condecorados con medallas de oro, plata y bronce.

Cuando las máquinas murieron, las personas empezaron a salir en patota.

Empezaron a mirarse los unos a los otros, como si fuesen seres de otros mundos. Al final, gracias a las fotos, se reconocieron y se juntaron. Primero lo hicieron tímidamente, hasta que todos terminaron en abrazos, besos, caricias y con largas anécdotas que contarse.

Ann, al ver lo que pasaba en el mundo, salió a la calle a buscar a su papá. Lo encontró frente a la puerta de su casa, con una mirada totalmente diferente al de la foto. Parecía que, por primera vez, salía de un cascarón fuerte y duro, descubriendo el mundo.

La joven también se sorprendió por lo pequeño que era. Siempre lo había imaginado un hombre grande y fuerte, tal vez por los mensajes que recibía de él. Pero ahora se dio cuenta de que la realidad era mucho más fuerte que la ficción.

A pesar de todo, fue directo hacia él para abrazarlo, besarlo y tener una conversación clásica que normalmente tienen la relación padre e hija.

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