Rafael recibió una carta del Patricio sienés Filipo
Sergadi, donde en la misma lo alababa por sus hermosos cuadros de bellas
madonas con sus pequeños, todos inspirados en la Virgen María con el niño
Jesús. En la carta, también le encomendaba un cuadro con la Virgen María, el
niño Jesús y San Juan Bautista, pero que no estuviera ambientada en una
habitación, sino al contacto con la naturaleza.
El pintor fue a las afueras del pueblo para inspirarse.
Aceptó el trabajo y solo necesitaba un buen ambiente y una modelo para realizar
sus obras.
Cerca de una arboleda, encontró a una muchacha muy
bonita. Sus cabellos dorados brillaban a la luz del sol y su rostro suave y
delicado le recordaba a las violetas que, durante esa época, abundaban en el
lugar. Mentalmente Rafael la trasladó a un cuadro, petrificando su belleza y
frescura, disfrutando de la naturaleza y la pureza propia de una muchacha
virgen y soñadora.
La joven, al verlo, se estremeció. Rafael levantó ambas
manos, en señal de paz, y se presentó.
- Me
llamo Rafael Sanzio. Soy un pintor. Y acabo de verla en uno de mis cuadros.
- ¿Acaso
desea retratarme?- le preguntó la muchacha, extrañada.
- Mire
usted, la belleza y frescura que posee en estos instantes. Mire estas flores,
opacadas vilmente ante su presencia. Mas, sin embargo, son bellezas efímeras,
que se me escapan de las manos. Si me lo permite y si no le parece un
atrevimiento de mi parte, desearía ubicarla en un lienzo, de semejante
amplitud, con el objetivo de eternizarla en mis obras, eternizar este paisaje y
eternizar aquella expresión que solo una mujer pura puede poseer.
La muchacha se sonrojó ante los halagos del pintor. Sus
padres le habían dicho que era muy hermosa, pero era la primera vez que se lo
decía un extraño. Y aunque no lo conocía, en el fondo, sabía que era una buena
persona que solo iba en busca de inspiración para sus obras.
- Me
halaga sus impresiones- le respondió la joven- pero siento que habrán otras
chicas que sí son merecedoras de ser inmortalizadas en un cuadro.
- Al
contrario- dijo Rafael, mientras recogía del suelo un ramo de flores y se las
daba a la muchacha- solo usted logrará impactar a las exigencias de mi cliente,
que nada más desea tener en su poder el cuadro de la Virgen María. Y solo yo
sabré apreciar este momento, en que podré al fin cumplir con mi mandato y
glorificarla por su hermosura e inocencia.
La joven recibió las flores y sonrió. Rafael sacó de su
bolso unos papeles y realizó trazos rápidos de aquel rostro alegre y fresco. La
mujer se arrodilló entre las flores, dejando que el pintor hiciera bocetos de
su rostro. A veces sonreía, a veces se ponía seria y otras reflexiva. Cuando
Rafael terminó, analizó sus bocetos y dijo:
- Debo
incluirla con el niño Jesús y Juan el Bautista, tal como lo pidió mi cliente.
Sin embargo, será usted la que destaque en este cuadro.
- ¿Y
podré verlo finalizado?- le preguntó la muchacha, mirándolo tímidamente.
- Si
es lo que desea, así será. Incluso le regalaré algunos de mis mejores bocetos.
Estoy seguro que el hombre que se enamore de usted se sentirá la persona más
dichosa del mundo.
La mujer rió y se sonrojó. Ella aún no había encontrado
un buen mozo con quien casarse, pero siempre soñaba con tener hijos y estar
junto a su amado hasta el final de sus días.
Rafael envió un mensaje a Filipo, pasándole el
presupuesto de la obra y agradeciéndole por sus elogios. El patricio le entregó
un adelanto, para así asegurarse de que el pintor cumpliera con su cometido.
Rafael decidió qué colores de ropa llevaría la muchacha.
Incluso eligió su peinado, cuál pose adoptaría y cuál sería su expresión. Al principio
quiso que sonriera, pero al analizar los bocetos que realizó de la muchacha, le
pareció que demostraría su encanto natural si su expresión fuese neutra, con la
mirada fija al niño Jesús que estaba frente a ella, de pie, mientras que San
Juan Bautista estaría de rodillas, mirando a Jesús y con una cruz a cuestas. La
muchacha, al final, mostró una expresión de ternura, como sólo una madre joven
y bella puede tener al mirar a sus hijos, soñando con verlos crecer y ser
felices. La muchacha, que representaba a la Virgen María, parecía tener esa
esperanza puesta en el niño Jesús, quizás ignorando cuál sería su verdadero
destino, quizás sin esperar que aquel pequeño gordo y fuerte sucumbiera ante el
pecado de los hombres. Por lo tanto, el pequeño Juan se encontraba ahí, con la
cruz, como un aviso a lo que iría a suceder. Fresca, bella, pura… así se veía
aquella Virgen María, una muchacha al servicio de Dios y que, por su alma
inmaculada, aceptó la difícil tarea de llevar en su vientre al hijo de Dios,
quien salvaría a la humanidad del pecado y de la muerte.
Tiempo después, Filipo recibió la obra finalizada,
firmada en la orla del manto de la Virgen como “Raphaello Urb-MDVII·”. Era una
calurosa mañana de 1507 en que Rafael, al fin, terminó la obra y entregó a la
muchacha algunos de sus mejores bocetos, agradeciéndole el tiempo que le dedicó
para cumplir con su encargo.
Filipo observó el cuadro, fijándose en cada detalle de
los rostros, del peinado de la muchacha, de su vestido, de las flores que
rodeaban al trío, del pueblito que se veía a lo lejos, de las plantas y del
intenso cielo azul que se encontraba al fondo, resaltando aún más la
luminosidad del sol al aire libre, lejos de la urbanización y en contacto con
la naturaleza.
Mientras el patricio buscaba algún sitio donde colgar su
cuadro, la muchacha conoció a un joven mozo quien se enamoró perdidamente de
ella. Años después, se casaron y tuvieron hijos.
Ella jamás olvidó a Rafael, a quien no volvió a ver nunca
más y que, por los parloteos de los chismosos de su pueblo, se enteró de que
falleció en Roma en 1520. Lloró y rezó varios días por su alma, mientras
observaba aquellos bocetos que le regaló en sus días de juventud y plenitud.
Su marido, al verla triste y con esos dibujos, le
preguntó quiénes los realizó. Ella le mostró los bocetos y dijo:
- Su
nombre era Rafael Sanzio. Falleció hace poco. Nos conocimos en las afueras de
Florencia, cuando yo era una mujer joven y pura. Él solo buscaba inspiración
para su cuadro y dijo que yo era la indicada para lograr su cometido.
- ¿Y
no hubo romance de por medio?
- ¡Para
nada! ¡Lo juro! Cuando te conocí, era pura e inocente. Solo contigo tuve la
dicha de conocer al amor y cumplir el deseo de toda mujer. Y sabes bien que
estoy feliz de estar contigo.
El marido sonrió. Luego, la llevó al jardín y observaron
las flores, que se estaban marchitando poco a poco por el inicio del otoño.
- Somos
como las flores- dijo el marido- pronto nos marchitamos y morimos. Mas, sin
embargo, tu pureza e inocencia permanecerá en el tiempo.
Y así fue. El cuadro de Rafael pasó de mano en mano hasta
llegar a Francisco I de Francia, quien desde siempre se había fanatizado con
las obras de arte renacentistas de Italia. Pasaron los siglos, cayeron
monarcas, se declararon guerras y se firmaron miles de tratados de paz que,
posteriormente, fueron quebradas u olvidadas. Sin embargo, el cuadro de Rafael
perduró y fue conservado en un museo bajo el nombre de “La bella jardinera”.
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