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lunes, 24 de septiembre de 2012

Belleza natural



Rafael recibió una carta del Patricio sienés Filipo Sergadi, donde en la misma lo alababa por sus hermosos cuadros de bellas madonas con sus pequeños, todos inspirados en la Virgen María con el niño Jesús. En la carta, también le encomendaba un cuadro con la Virgen María, el niño Jesús y San Juan Bautista, pero que no estuviera ambientada en una habitación, sino al contacto con la naturaleza.
El pintor fue a las afueras del pueblo para inspirarse. Aceptó el trabajo y solo necesitaba un buen ambiente y una modelo para realizar sus obras.
Cerca de una arboleda, encontró a una muchacha muy bonita. Sus cabellos dorados brillaban a la luz del sol y su rostro suave y delicado le recordaba a las violetas que, durante esa época, abundaban en el lugar. Mentalmente Rafael la trasladó a un cuadro, petrificando su belleza y frescura, disfrutando de la naturaleza y la pureza propia de una muchacha virgen y soñadora.
La joven, al verlo, se estremeció. Rafael levantó ambas manos, en señal de paz, y se presentó.
-       Me llamo Rafael Sanzio. Soy un pintor. Y acabo de verla en uno de mis cuadros.
-       ¿Acaso desea retratarme?- le preguntó la muchacha, extrañada.
-       Mire usted, la belleza y frescura que posee en estos instantes. Mire estas flores, opacadas vilmente ante su presencia. Mas, sin embargo, son bellezas efímeras, que se me escapan de las manos. Si me lo permite y si no le parece un atrevimiento de mi parte, desearía ubicarla en un lienzo, de semejante amplitud, con el objetivo de eternizarla en mis obras, eternizar este paisaje y eternizar aquella expresión que solo una mujer pura puede poseer.
La muchacha se sonrojó ante los halagos del pintor. Sus padres le habían dicho que era muy hermosa, pero era la primera vez que se lo decía un extraño. Y aunque no lo conocía, en el fondo, sabía que era una buena persona que solo iba en busca de inspiración para sus obras.
-       Me halaga sus impresiones- le respondió la joven- pero siento que habrán otras chicas que sí son merecedoras de ser inmortalizadas en un cuadro.
-       Al contrario- dijo Rafael, mientras recogía del suelo un ramo de flores y se las daba a la muchacha- solo usted logrará impactar a las exigencias de mi cliente, que nada más desea tener en su poder el cuadro de la Virgen María. Y solo yo sabré apreciar este momento, en que podré al fin cumplir con mi mandato y glorificarla por su hermosura e inocencia.
La joven recibió las flores y sonrió. Rafael sacó de su bolso unos papeles y realizó trazos rápidos de aquel rostro alegre y fresco. La mujer se arrodilló entre las flores, dejando que el pintor hiciera bocetos de su rostro. A veces sonreía, a veces se ponía seria y otras reflexiva. Cuando Rafael terminó, analizó sus bocetos y dijo:
-       Debo incluirla con el niño Jesús y Juan el Bautista, tal como lo pidió mi cliente. Sin embargo, será usted la que destaque en este cuadro.
-       ¿Y podré verlo finalizado?- le preguntó la muchacha, mirándolo tímidamente.
-       Si es lo que desea, así será. Incluso le regalaré algunos de mis mejores bocetos. Estoy seguro que el hombre que se enamore de usted se sentirá la persona más dichosa del mundo.
La mujer rió y se sonrojó. Ella aún no había encontrado un buen mozo con quien casarse, pero siempre soñaba con tener hijos y estar junto a su amado hasta el final de sus días.
Rafael envió un mensaje a Filipo, pasándole el presupuesto de la obra y agradeciéndole por sus elogios. El patricio le entregó un adelanto, para así asegurarse de que el pintor cumpliera con su cometido.
Rafael decidió qué colores de ropa llevaría la muchacha. Incluso eligió su peinado, cuál pose adoptaría y cuál sería su expresión. Al principio quiso que sonriera, pero al analizar los bocetos que realizó de la muchacha, le pareció que demostraría su encanto natural si su expresión fuese neutra, con la mirada fija al niño Jesús que estaba frente a ella, de pie, mientras que San Juan Bautista estaría de rodillas, mirando a Jesús y con una cruz a cuestas. La muchacha, al final, mostró una expresión de ternura, como sólo una madre joven y bella puede tener al mirar a sus hijos, soñando con verlos crecer y ser felices. La muchacha, que representaba a la Virgen María, parecía tener esa esperanza puesta en el niño Jesús, quizás ignorando cuál sería su verdadero destino, quizás sin esperar que aquel pequeño gordo y fuerte sucumbiera ante el pecado de los hombres. Por lo tanto, el pequeño Juan se encontraba ahí, con la cruz, como un aviso a lo que iría a suceder. Fresca, bella, pura… así se veía aquella Virgen María, una muchacha al servicio de Dios y que, por su alma inmaculada, aceptó la difícil tarea de llevar en su vientre al hijo de Dios, quien salvaría a la humanidad del pecado y de la muerte.
Tiempo después, Filipo recibió la obra finalizada, firmada en la orla del manto de la Virgen como “Raphaello Urb-MDVII·”. Era una calurosa mañana de 1507 en que Rafael, al fin, terminó la obra y entregó a la muchacha algunos de sus mejores bocetos, agradeciéndole el tiempo que le dedicó para cumplir con su encargo.
Filipo observó el cuadro, fijándose en cada detalle de los rostros, del peinado de la muchacha, de su vestido, de las flores que rodeaban al trío, del pueblito que se veía a lo lejos, de las plantas y del intenso cielo azul que se encontraba al fondo, resaltando aún más la luminosidad del sol al aire libre, lejos de la urbanización y en contacto con la naturaleza.
Mientras el patricio buscaba algún sitio donde colgar su cuadro, la muchacha conoció a un joven mozo quien se enamoró perdidamente de ella. Años después, se casaron y tuvieron hijos.
Ella jamás olvidó a Rafael, a quien no volvió a ver nunca más y que, por los parloteos de los chismosos de su pueblo, se enteró de que falleció en Roma en 1520. Lloró y rezó varios días por su alma, mientras observaba aquellos bocetos que le regaló en sus días de juventud y plenitud.
Su marido, al verla triste y con esos dibujos, le preguntó quiénes los realizó. Ella le mostró los bocetos y dijo:
-       Su nombre era Rafael Sanzio. Falleció hace poco. Nos conocimos en las afueras de Florencia, cuando yo era una mujer joven y pura. Él solo buscaba inspiración para su cuadro y dijo que yo era la indicada para lograr su cometido.
-       ¿Y no hubo romance de por medio?
-       ¡Para nada! ¡Lo juro! Cuando te conocí, era pura e inocente. Solo contigo tuve la dicha de conocer al amor y cumplir el deseo de toda mujer. Y sabes bien que estoy feliz de estar contigo.
El marido sonrió. Luego, la llevó al jardín y observaron las flores, que se estaban marchitando poco a poco por el inicio del otoño.
-       Somos como las flores- dijo el marido- pronto nos marchitamos y morimos. Mas, sin embargo, tu pureza e inocencia permanecerá en el tiempo.
Y así fue. El cuadro de Rafael pasó de mano en mano hasta llegar a Francisco I de Francia, quien desde siempre se había fanatizado con las obras de arte renacentistas de Italia. Pasaron los siglos, cayeron monarcas, se declararon guerras y se firmaron miles de tratados de paz que, posteriormente, fueron quebradas u olvidadas. Sin embargo, el cuadro de Rafael perduró y fue conservado en un museo bajo el nombre de “La bella jardinera”. 

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