Pablo y
Lucas quisieron jugar a enterrar tesoros, para así los arqueólogos del futuro
desentierren sus cosas y examinen sobre sus vidas.
En realidad,
los “tesoros” que enterrarían serían una colección de casettes, diskettes,
figuritas de sus estrellas favoritas, un reloj pulsera que ya no funcionaba y
un antiguo juguete a pila de un payasito con tambor.
-
¿Qué
crees que dirán los arqueólogos futuristas cuando encuentren nuestras cosas?-
le preguntó Pablo a Luis, mientras cavaban lo más profundo que podían.
-
No
estoy seguro- dijo Luis- pero creo que dirán que son esos “objetos de culto”
con el cual representábamos a “nuestros dioses”.
Ambos rieron
por la ocurrencia y siguieron cavando.
De pronto,
sintieron que sus palas golpeaban una superficie dura. Separaron la tierra y se
encontraron con un baúl de madera, de un metro y medio de largo, terriblemente
pesado.
-
¿Será
que a alguien se le ocurrió la misma idea que a nosotros?- preguntó Luis.
-
A
lo mejor- dijo Pablo- vamos a sacar este baúl de aquí.
Con mucho
esfuerzo, levantaron el baúl y lo situaron fuera del pozo que estaban cavando.
El baúl no parecía muy antiguo, más bien parecía que permaneció bajo tierra por
unas cuantas décadas. Estaba cerrado con un simple candado oxidado, por lo que
lo golpearon con una de las palas para romperlo.
Una vez roto
el candado, abrieron el baúl y, lo primero que encontraron, fue una muñeca de
porcelana. La muñeca tenía un vestido con encajes y volados, de color rojo y
verde. Sus cabellos eran finos, enrulados y de color dorado y tenía unos ojitos
de vidrio de color azul.
Aparte de la
muñeca, encontraron dos candelabros de bronce, unas vasijas viejas con
caracteres chinos, un abanico de papel que tenía escrito un haiku y un hermoso juego
de té de porcelana fina.
-
¡Guau!
¡Esto es maravilloso!- dijo Luis, mientras observaba a la muñeca con atención-
¿De qué década serán?
-
Deberíamos
consultarlo con un especialista- dijo Pablo, mientras observaba los
candelabros- conozco a uno que tiene una tienda de antigüedades. Estos objetos
deben de valer algo…
Luis, que
observaba a la muñeca, le pareció que ésta movía ligeramente los ojos. Eso le
causó tal impresión que la arrojó con fuerza.
-
¡Oye!
¿Qué haces?- bramó Pablo- ¿Cuál es tu problema?
-
La…
muñeca… ¡Movió los ojos!- dijo Luis, señalándola y temblando de pies a cabeza.
-
¡No
seas ridículo!- le dijo Pablo, levantando la muñeca- lo que pasa es que, de
seguro, son de esas muñecas que abren y cierran los ojos. Mi hermanita tenía
una, pero de plástico. ¿Tranquilo?
-
Perdón.
Fui un tonto- dijo Luis, sonrojándose- ¿Y qué haremos? ¿Volveremos a enterrar
todo, junto con nuestras cosas? ¿O consultamos con el especialista?
-
Consultemos
con un especialista- decidió Pablo, guardando todos los objetos en el baúl-
pero no olvidemos enterrar nuestras cosas. Quien sabe. A lo mejor algún otro
idiota encuentra nuestro payasito y creerá que está vivo.
-
Jaja,
qué gracioso.
Enterraron
sus cosas y llevaron los objetos del baúl rumbo a la casa de antigüedades,
donde de seguro el encargado determinaría de qué año serían dichas reliquias y
les pagaría una buena cantidad por obtenerlas.
Al llegar al
local, fueron atendidos por un anciano de cabellos blancos y que tenía puesto
unos lentes de marco grueso. Pablo le explicó al encargado de la tienda lo que
hayaron y les mostró el baúl. El anciano lo examinó, le dio algunos golpecitos
y, luego, dijo:
-
Este
baúl data de la década del 40… no estoy seguro… incluso puede ser más antigua.
Veré lo que hay en su interior.
Con mucho
cuidado, el anciano abrió el baúl. Pablo y Luis lanzaron un grito de sorpresa,
al ver que no estaba la muñeca ahí adentro.
-
¿Una
muñeca?- les preguntó el especialista, cuando los muchachos le hicieron ver lo
que faltaba.
-
Sí-
dijo Luis- entre esos objetos había una muñeca de porcelana, que podía mover
los ojos. ¡Qué extraño! ¡Todos los objetos están aquí, menos la muñeca!
-
¿No
se les habrá caído?- preguntó el especialista.
-
¡Pero
si estoy seguro de que la guardamos en el baúl!- dijo Pablo, revolviendo todos
los objetos.
-
¡Tranquilo,
muchacho!- dijo el anciano, tomándole del brazo a Pablo- ¡Son objetos
delicados! ¡Cualquier mala manipulación y podrían destruirse!
El
especialista sacó uno a uno los objetos, los distribuyó encima de una mesa
larga y los examinó con una lupa. De vez en cuando, los iluminaba con una
lamparita y los palpaba con un dedo, suavemente, para determinar mejor la
textura. Hizo una que otra anotación en una libretita y, al final, les preguntó
a los jóvenes cuál era la ubicación exacta en que realizaron la excavación.
-
Es
en el baldío, que está al lado de mi casa- dijo Pablo- hace poco lo limpiaron y
aprovechamos para jugar a enterrar “tesoros”.
-
Mmmh…
ya veo- murmuró el anciano- ¿Y dónde queda ese baldío?
Pablo le dio
la dirección exacta y, entonces, el anciano puso una expresión de sorpresa.
-
¿A
qué no sabes lo que había ahí antes?- le preguntó el especialista a Luis-
antes, en ese lugar, más precisamente en esa manzana, había una mansión
maldita. Cuando yo era un niño, fue demolida. Eso habrá sido en la década del
30… o 40… no estoy seguro.
-
¿Pero
por qué fue demolida?- le preguntó Pablo.
-
Nadie
quería comprarla. Decían que, ahí, vivió una bruja cuya habilidad era vender
juguetes malditos. Según sé, heredó una fábrica de juguetería muy prestigiosa
en su época. Pero, con el correr de los años, se corrió el rumor de que los
niños salían gravemente heridos con sus juguetes. Todos, entonces, dejaron de
comprar esos juguetes y la empresa quebró. Solo le quedaba esa mansión, por lo
que la puso a la venta. Pero como todos creían que la mansión estaba maldita,
entonces nadie la compró. Un día, la dueña desapareció misteriosamente y solo
encontraron una muñeca de porcelana, de vestidos rojo y verde, cabellos dorados
y ojos de vidrio azul.
-
¡Igual
que la muñeca que encontramos!- dijeron Pablo y Luis, al unisono.
-
¡Sí!
Los vecinos temieron que la muñeca estuviese maldita, por lo que la enterraron
bajo tierra y, ante la presencia de un cura, bendijeron el lugar y esparcieron
agua bendita. Tiempo después, dado que la mujer jamás apareció y por órdenes
del municipio, demolieron la mansión y dividieron el terreno en lotes, en donde
construyeron viviendas que, hasta donde sé, no fueron afectadas por tal
maldición. Sin embargo, hasta ahora, solo quedó ese baldío, que era el sitio
exacto donde enterraron la muñeca. Es como si las personas, inconscientemente,
temen construir aunque sea un pequeño jardín en ese lugar.
-
Pero
entonces… ¿Por qué desapareció la muñeca?- preguntó Luis- ¿Eso quiere decir que
existe la tal maldición?
El anciano
se encogió de hombros, sin añadir nada más. Fue lentamente hacia su escritorio,
sacó de un cajón unos billetes, los contó y se los entregó a los muchachos.
-
Eso
es lo que valen estos objetos- les dijo el especialista- gracias por la
confianza.
Luis y
Pablo, satisfechos, salieron de la tienda y fueron directamente al baldío,
creyendo que ahí encontrarían a la dichosa muñeca.
Pero no la
encontraron. Solo seguía ese montón de tierra, recién cavada, donde se
encontraban sus objetos.
-
¿Sabes
lo que creo?- dijo Pablo- creo que, por un lapsus mental, metimos la muñeca
entre nuestras cosas y la volvimos a enterrar.
-
A
lo mejor- dijo Luis- pero estaba bien seguro de que la metimos en el baúl.
-
Ya
te lo dije, es lapsus mental, nada más. ¿Sabes? Un tiempo estuvieron muy de
moda los “juguetes malditos”. Hemos visto mucho de “Chuky” y “Jumanji”. Pues
bien, te dejaste llevar por esos cuentos y creíste, en tu subconsciente, que
habías encontrado una muñeca maldita.
-
¿Y
qué hay de la historia del anciano?
-
¡Bah!
¡En esa época la gente era muy supersticiosa! Seguro, la tal bruja era solo una
mujer con “ideas locas” para sus tiempos. Pero bueno, el pasado tiene muchos
misterios y nosotros dos, simplemente, contribuimos a aumentar dichas
incógnitas al enterrar nuestros objetos. ¿Satisfecho?
-
Mmmh…
como digas. La verdad, no quisiera tener problemas por un “juguete maldito”.
Salieron del
baldío y fueron cada uno a su casa. De entre los yuyales, y por la luz de la
luna, se vislumbró el reflejo de dos ojos de vidrio. El brillo de los ojos
empezó a titilar, desquiciada, maquiavélica, inquieta y ansiosa por burlar, una
vez más, la racionalidad de los estúpidos que se resistían a temer y respetar
los hechizos de un pasado aterrador y emocionante a la vez.