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sábado, 30 de mayo de 2009

Metamorfosis

Siempre me habían gustado las aves. Me parecían elegantes, hermosas… y también me parecían que eran las más afortunadas de la naturaleza, por tener la posibilidad de volar en cualquier momento.
Pero nunca creí que yo podría transformarme en un ave… para ser más precisa, en un águila.
Al principio, fue doloroso. Pero luego, el dolor se fue y quedé profundamente dormida.
Al despertar, me sentí extraña. Sentía que era otra, que mi cuerpo era un poco liviano… hasta que decidí mirarme al espejo y descubrir que todo rasgo de humanidad había desaparecido.
Plumas, pico, alas… en eso me había transformado. Por eso, no evité lanzar un grito de espanto y descubrir que no era mi voz la que salía, sino un sonido extraño.
Mis padres me escucharon y entraron en mi pieza, para ver lo que me pasaba.
Ellos estaban más asustados que yo. Quería explicarles lo que pasaba, pero ellos no entendían mi nuevo lenguaje: ya pertenecían a otra especie.
Desconsolada, me lancé por la ventana y, automáticamente, mis alas se extendieron y se movieron, de manera que quedé flotando por unos segundos en el aire. Me caí. Perdí el equilibrio. Me dí cuenta de que, para sobrevivir, tenía que aprender a volar.
Pero antes, me arrastré por el suelo y me escondí entre los matorrales. Así fue como me alejé de mi casa y de mi familia.
Ya cuando estuve lejos de todo lo que sonaba a humano, empecé a practicar.
Al principio, no lograba mantener el equilibrio. Solo daba saltos inútiles. Luego, lo intenté saltando de lugares altos, aunque solo conseguí caer despacio, de manera a no lastimarme tanto.
Y así estuve hasta que se hizo de noche. Se me vino en la memoria la vida que perdí: cuando salía del colegio y mi padre me tomaba de la mano para cruzar la avenida; cuando mi madre, a la hora de dormir, me tapaba y me daba un besito de las “buenas noches”… y al ver que nunca más disfrutaría de esos privilegios, empecé a llorar.
Entonces, escuché que alguien me decía:
- ¿Algún problema, amigo?
Lo miré. Era otro águila, solo que más grande. Me alegré de encontrar a alguien que hablara mi mismo idioma. Por lo que le dije:
- Perdí a mis padres… ya no me conocían. Por eso estoy aquí, intentando volar. Pero… no puedo…
- A tu edad muchas águilas ya vuelan- me dijo mi nuevo amigo- pero lástima lo de tus padres. Suele pasar. A mí me sacaron del nido apenas pude volar y traer mi primera presa.
- Pero yo era antes humana… solo recuerdo que, en una noche, sentí mucho dolor y empecé a transformarme… no espero a que me creas, pero así pasó.
- Mmmh… olvidaré que dijiste que fuiste humano. Ahora, te ayudaré un poco: te enseñaré a volar y a cazar. Pero olvídate de tus padres. Actúa como si nunca los hubieses visto.
Acepté. No tenía otra opción, porque quería vivir. Las lecciones fueron rápidas y sencillas. Me enseñó a desplazarme por el aire, a cómo debería impulsarme para volar, a aterrizar sin dañarme las patas… y cuando aprendí todo eso, me enseñó a cazar.
Al principio, me costó un montón. Pero aprendí a utilizar mis ojos, que veían más que cuando era humana, y logré cazar un conejo. Mi amigo me felicitó y nos dimos un buen festín.
Y ahora, estoy aquí, volando y disfrutando de mi nueva vida. Eso sí, nunca olvidé a mis padres ni a mi vida pasada. A veces me vienen los recuerdos y siento que los extraño mucho. Pero entonces, empiezo a volar y los olvido enseguida, recordando que por fin se cumplió mi deseo de volar y que por fin podía sentir y vivir como una auténtica ave.

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