Todos gritan. Todos lamentan. Las casas y los edificios se van cayendo precipitadamente. El cielo es solo un mar de remolinos confusos. La tierra se levanta, se parte, se hunde y se vuelve a levantar. Y yo voy caminando, entre los escombros, mientras proyectiles sin origen rozan mi piel. Los brazos me pesan y siento que se me abren las heridas. Pero sigo caminando. Mi pie toca un cuerpo duro. Miro hacia abajo. Me percato de que camino sobre una alfombra de difuntos. Hombres. Mujeres. Niños. Ancianos. La tierra se abre y los traga a todos, sin distinción. Sigo caminando, sin importar que un misil caiga a mi lago. Ya ni sé si estamos en guerra o es la naturaleza quien se reveló contra nosotros. Amigos. Enemigos. Todos se confunden bajo la máscara de la muerte y la destrucción. El mundo se cae en pedazos. De eso no hay duda. Los remolinos arrastran los restos. Al final, me encuentro caminando a través de un desierto. No sé si es de día o de noche. El tiempo dejó de importar. Sigo caminando. Solo que ya no sé hacia dónde iba.
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