Estrella soñó con su madre, que la llevaba en un hermoso jardín en donde los delfines, orcas, focas y estrellas del mar hacían un show solo para ella. Por supuesto, sabía que eso sería imposible, dado que su madre murió hacia años y estaban en época de guerra contra los sirenos del otro reino. Por lo tanto, todos los festejos fueron interrumpidos hasta nuevo aviso.
- ¡Cómo quisiera que la guerra se acabara antes de mi cumpleaños! Así podría hacer una fiesta maravillosa- expresó Estrella, en voz alta, su más preciado deseo mientras se sacaba algunas algas de su hermoso y dorado cabello.
En eso estaba cuando apareció Flip, un delfín que era su gran amigo. Y como ella expresó en voz alta su deseo, Flip apuró su marcha y, muy alterado, le dijo a Estrella que nunca más se le ocurra tremendo disparate.
- ¡No seas exagerado! ¿Acaso ahora prohíben que se expresen los deseos de uno?- dijo Estrella, en tono burlón.
- Todos sufrimos tu misma situación, Estrella- le recordó Flip- y los delfines lo pasamos peor, dado que somos los más fiesteros del mar. ¡No sabes cuánto sufrí al no festejar el nacimiento de mi hermanito! Fue peor que un velorio.
- Ahora que lo mencionas, se me ocurre una idea genial- dijo Estrella, mientras el brillo de sus ojos cambió precipitadamente.
Flip se estremeció. Conocía muy bien a Estrella para darse cuenta de que, cuando se le ocurría una idea, nadie podía detenerla. A pesar de eso, hizo un intento para que recapacitara y olvidase lo que sea que se le hubiese ocurrido.
- ¡Que no se te ocurra! ¡El rey podría castigarnos a todos!
- No lo hará si nadie dice nada- dijo Estrella- será un secreto y solo estarán invitados aquellos a quienes confiamos. Entremos en el barco, que ahí desarrollaremos parte de nuestro plan.
- Querrás decir TU plan- murmuró Flip, en voz baja.
Ya dentro del barco, empezaron a organizar la gran fiesta secreta. Decidieron que el lugar del festejo sería en el barco, decorándolo con estrellas y algas de adorno, pensando qué medusas utilizar para la iluminación, haciendo una lista de comidas exquisitas, aparte de idear otro plan para “disfrazar” la fiesta para que los caballitos de mar, todos guardianes del rey, no se percataran de que alguien había infligido en las leyes. Y como a Flip le gustó la idea, ya no la cuestionó más y, al igual que Estrella, opinó que el rey era un aguafiestas que no le importaba terminar con la guerra.
Lo que no sabían, era que alguien los había estado espiando…
El rey estaba preocupado.
Todavía no lograba que el rey del otro reino aceptara firmar el tratado de paz. La guerra estaba durando mucho tiempo y hasta sentía cómo todos los habitantes de su reino marino se estaban revelando poco a poco a su gobierno.
Y mientras estaba ahí, sentado en su trono y preocupándose por el asunto, apareció un pequeño pez dorado.
- Su majestad, le traigo malas noticias…- empezó a decir el pequeño pececito.
- ¿Qué?- dijo el rey marino- ¿Más de las que ya hay?
- Pero es de suma importancia, su alteza…
- Continua pues, joven plebeyo.
- Estaba comenzando, con mi esposa, a poner los huevos dentro de un barco hundido, cuando… de repente… oímos voces. Al principio, creímos que eran los tiburones. Y usted sabe lo salvaje que puede llegar a ser esa brutal criatura. Pero luego, escuchamos el sonido de un delfín y decidí a averiguar lo que pasaba. ¿Y sabe qué fue lo que escuché? ¡Un plan para hacer una fiesta secreta!
Esas últimas palabras tardaron en llegar a los oídos del rey. Hacia mucho que no escuchaba la palabra “fiesta”. Desde el comienzo de la guerra, había prohibido hasta que se cantara siquiera alguna canción. Según el rey, esos eran disparates que, en vez de mejorar la guerra, hacían que la empeorara y debilitaba a los guerreros.
- ¿Y quíen o quienes osaron quebrantar tan importante ley?- dijo, temblando de ira.
El pequeño pez tembló. Ya le habían mencionado sobre la terrible ira del rey marino, pero nunca lo había vivido en carne propia. Aún así, decidió tomar coraje, tratar de hablar claramente y, de vez en cuando, inclinarse un poco ante su presencia.
- F… fueron una sirena y un delfín, su alteza. S… si me lo permite, señor, puedo deciros sus nombres y aclararle que harán la fiesta en ese barco, majestad…
- Con que me digas el lugar y el día en que se hará la fiesta, será más que suficiente. Arrestaré a todos los que asistan bajo pena de muerte. Y tú, joven plebeyo, te convertiré en mi espía secreto para que me ayudes en esta guerra. Recibirás una buena paga y tu familia estará bajo mi cuidado.
El pez dorado se entusiasmó tanto, que empezó a hacer piruetas y formar un montón de burbujas, alabando al rey y a toda su sagrada dinastía.
Minutos después, el rey ordenó una emboscada contra los rebeldes que, la semana siguiente, harían la fiesta secreta. Lo que no sabía ni el rey, ni Flip ni Estrella, era que algo extraño y maravilloso pasaría aquel día peligroso y especial.
Al principio, casi nadie se atrevió a asistir a la fiesta de Estrella y Flip. Pero como todos tenían, en lo más profundo de sus corazones, unas ganas de divertirse un poco, entonces aceptaron la idea con la condición de que hubiera vigilancia constante.
Fueron invitados varios delfines, amigos de Flip, al igual que sus familiares. También fueron invitados unos cuantos pececillos, dos o tres estrellas de mar, una orca que quería mucho a Flip, tres sirenas que eran amigas de Estrella y, por supuesto, el pequeño pulpo que, en el fondo, odiaba cómo el rey manejaba el reino.
- Si sale como lo planeamos, nunca nadie sabrá que aquí hubo una fiesta- dijo Estrella, que se encontraba mucho más entusiasmada que el resto por festejar su fiesta de cumpleaños.
- Sigo pensando que esto es una locura pero… ¿Qué se va a hacer?- dijo Flip.
Y así pasaron los días, hasta que llegó el día más esperado para Estrella, Flip, los invitados y, aunque no lo sospechaban, para el mismísimo rey del reino marino.
La fiesta tuvo un transcurso normal. Había música, unos cuantos se atrevieron a bailar y otros, simplemente probaron los bocaditos que encontraban por ahí.
Para saber si el que venía era un invitado, Estrella inventó unas contraseñas que consistían en que, el que atendía, preguntara: “¿Cómo osas de entrar en mi mansión?” el cual, si era un invitado, respondía “Que el señor Neptuno me libre de este mal trato”. Así, el que no era invitado, se disculpaba y huía despavorido del lugar.
Siguieron con la fiesta tranquilamente, hasta que, de pronto, escucharon una explosión.
El pánico los invadió por completo y hasta temieron haber sido descubiertos por el rey.
Estrella, con un periscopio, observó el exterior. En efecto, una bomba explotó muy cerca de donde estaban.
La sirena movió su periscopio y, encima de unas lejanas rocas, vio al rey con todo su ejército de caballos de mar, orcas, pulpos, medusas y algunos que otros sirenos. Uno de los sirenos, con un megáfono, advirtió que si no salían de ese barco, la próxima bomba que tirarían sería para eliminarlos completamente.
Así que no tuvieron otra opción que presentarse ante el rey.
- Todo es mi culpa- dijo Estrella, que realmente se sentía mal- yo fui la que planeó esta fiesta, su majestad. Castígame a mí, no a los que asistieron. Si no fuera por mí, los que son mis invitados estarían con sus familias, sin tener de qué preocuparse.
El rey, entonces, observó a la sirena.
Siempre le habían dicho que las sirenas hermosas eran las más complicadas, pero nunca tuvo tiempo de demostrarlo.
- De ser así, aumentaré los impuestos para la guerra. Todo el pueblo será castigado por esta burla que me hicieron. ¿No les da vergüenza? Y en cuanto a ti, sirena desgraciada, serás ejecutada a la madrugada, en este mismo lugar.
Estrella estaba a punto de aceptar su destino, cuando apareció Flip, se puso a su lado y dijo:
- Si es por eso, también fue mi culpa. Yo la ayudé en la fiesta, por lo tanto, merezco lo mismo que mi amiga.
El rey se sorprendió. Observó a los dos, que estaban dispuestos a sacrificar sus vidas a cambio de que a los otros no les pasase nada malo.
Hacia mucho que no había visto esa valentía, esa amistad que, con el transcurso de la guerra, había perdido significado.
Así que, al final, tomó esta increíble decisión:
- Creo que ya es tiempo de acabar con tantas tristezas. Soy viejo y estoy cansado de ejecutar, pelear y hacerles temer a todos. Es por eso que autorizaré a que continúen con la fiesta porque, desde hoy, negociaré con el rey del bando enemigo para firmar el tratado de paz. Y otra cosa: no aumentarán los impuestos. Pueden estar seguros de eso.
Estrella y Flip se sorprendieron. Eso era lo que menos esperaban pero, aún así, agradecieron al rey invitándolo a una próxima fiesta.
Días después, los dos reinos asistieron al tratado de paz, en donde el rey del otro reino entregó a su hija para que se casara con el hijo del rey. La boda fue una fiesta totalmente maravillosa, en que por fin ambos reinos se conocieron, se encontraron muchas cosas en común y empezaron a entablar una larga amistad.
En cuanto a Estrella y Flip, a partir del día en que quisieron infligir las leyes, fueron nombrados oficialmente organizadores de fiestas divertidas y eventos inolvidables.
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