Érase una vez un hombre y una mujer, que vivían felices comiendo perdices en un castillo de piedra. La mujer tenía los cabellos de oro y dientes de perla, así como un cuerpo de sirena y cintura de avispa. El hombre era alto como una jirafa, hermoso como un oso y corpulento como un toro.
Pero un día, la mujer fue atacad por un manto oscuro que cubrió su villa. Y el hombre fue devorado por las tinieblas de la maldad.
Por suerte, y como ocurre siempre, un hada madrina vino en su ayuda. Era hermosa como una flor, pero pequeña como un mosquito. El hada, al verlos en problemas, dijo:
- Abracadabra, pata de cabra, que el manto oscuro desaparezca y las tinieblas tengan diarrea. Y perdonen si fue mala palabra, solo que no tomé mi vaso de limonada.
y así, en un cerrar y abrir de ojos, o en un abrir y cerrar de ojos, el hombre y la mujer volvieron a estar juntos y decidieron agradecerle al hada de una manera disparatada: le regalaron un par de zapatos de cristal y unas manzanas envenenadas, para que el hada se las diera a unas brujas y murieran desangradas.
El hada, feliz como una lombriz, fue directo a París. El hombre y la mujer fueron a un castillo de plata para ser felices… ¡Y sin comer perdices! Solo carne de vaca enlatada.
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