Ahí está, la gitana que nunca nadie la vio sonreír. Siempre la veo ahí, en su pequeña carpa, haciendo su trabajo de gitana. No sonríe, es muy callada. Siempre veo en sus ojos esa tristeza infinita, razón por la cual da a entender que no tiene vida, no tiene felicidad.
Lo único que sabe predecir son noticias malas, desastres, catástrofes. Nunca falla en ninguna de sus predicciones, por eso es muy recomendada. Yo jamás me atreví a mirarla, porque no quiero que sepa cuál sería mi futuro en la vida.
Una oscura noche de luna llena, la vi salir de su tienda y caminar hacia una arboleda. La seguí por pura curiosidad, y también porque algo en ella me atraía. ¿Qué motivo tan urgente la llevó a abandonar su tienda, que es su único hogar?
A pesar del ruido que hacía al caminar entre las hojas, ella no parecía darse cuenta de mi presencia. Hasta su forma de andar era de una persona triste y deprimida.
¿Por qué me intriga tanto esa gitana? No nos parecemos en nada. Yo soy alegre y me gusta compartir mi alegría con los demás. Ella solo comparte su tristeza y sus malos augurios. Hasta para hacer regresiones de vidas pasadas es buena en mostrar solo lo malo. Lo sé porque una vez, dos amigas terminaron con su amistad cuando la gitana les reveló que, en sus vidas pasadas, fueron enemigas.
Estaba lejos de la gitana pero, aún así, le seguí el rastro hasta llegar a una pequeña cascada.
La gitana se metió en el agua del pequeño arroyo que brillaba con la luz de la luna. Parecía no importarle sus ropas mojadas. Me quedé escondida detrás de un árbol, para ver lo que haría a continuación.
De la cascada, apareció un anciano de barba plateada y con un hábito de monje. Llevaba en sus hombros un pequeño bulto, que parecía pesarle.
No pude escuchar bien de qué hablaban, pero creo que la gitana dijo algo como “¿Lo has traído?”, mientras el anciano afirmaba con la cabeza a su pregunta.
El ruido de la cascada era muy fuerte y, en esos momentos, un lobo aulló de pena. Pero aún así, no salí de mi lugar. Seguí espiando a ver qué pasaba o qué ocurriría.
El anciano le mostró el bulto y lo abrió. La gitana sacó de ahí un cofre de madera, o eso me pareció ver. Los dos, entonces, empezaron a pronunciar algo así como un conjuro, que no pude escucharlo bien por culpa de los ruidos de la naturaleza nocturna.
Después de pronunciar las palabras, la gitana abrió el cofre y, de ahí, salió el alma de una persona. Era una especie de luz blanca y pálida, que estaba vibrando con mucha intensidad, como si fuera que por fin salía de su encarcelamiento.
Y, en esos momentos, parecía que la naturaleza se apiadó de mí, porque el aullido del lobo se esfumó y la cascada empezó a caer con menos intensidad.
Así pude escuchar claramente lo que decían.
- ¿Por qué quieres liberarla?- le preguntó el anciano a la gitana.
- Demasiadas tragedias he cometido- contestó la gitana, con su misma voz melancólica de siempre- he dañado al alma de esta niña, cuyos parientes, amigos y conocidos se olvidaron de ella luego de su muerte. Si bien, su alma igual se liberará cuando sus padres descubran la manera de recordarla. Pero ya pasaron tres meses. Es demasiado para el alma de una niña.
- Pero todavía le queda un año para liberarse. Un trato es un trato. Lo prometiste.
- ¿Y tú prometes que la liberarás, tan pronto como sus padres se acuerden de ella?
- Yo nunca rompo mis promesas.
Los dos se quedaron callados por un momento. La cascada volvió a caer con mucha intensidad y yo sentí la necesidad de volver a casa. Ya no tenía nada más que ver.
Días después, el mismo anciano que vi en la cascada apareció frente a la tienda de la gitana. Ahí ya no tenía más posibilidades de espiar.
Sin embargo, no estuvo por mucho tiempo.
Enseguida salió de la tienda y, quien sabe, de seguro volvió a la cascada de donde reside.
Luego de que se fuera el anciano, me armé de valor y, por primera vez en la vida, entré en la tienda de la gitana.
Nunca había estado tan cerca de ella y, la verdad, me dio escalofríos. Era una mujer que parecía que perdió la alegría para siempre, convirtiéndose en una especie de muerta viviente que todavía respiraba, comía y dormía.
- Es la primera vez que nos encontramos cara a cara- me dijo la gitana, con una media sonrisa que le agregó más tristeza a su rostro.
Me aclaré la garganta y le confesé que la había estado espiando, cuando la vi rogarle al anciano que liberara el alma de una persona. Después de eso, le pregunté el porqué ocurrió esa tragedia, porqué no hizo nada para impedirlo.
La gitana, con su melancólica voz, me explicó de esta manera:
- Conocí a esa niña cuando vivía y pude ver su futuro. Sería un tormento para ella, pero no quería amargarle con eso. Pero entonces, vi otro futuro, en la que ella se salvaba de su trágico destino con la muerte. Así que formulé un hechizo. Si funcionaba, el alma de esa niña se liberaría de este mundo. Pero luego de su muerte, las cosas se complicaron y me arrepiento por lo que hice. Creí haberlo hecho bien, pero empeoré las cosas. Por algo me dicen la gitana de los malos augurios, la melancólica gitana.
Y mientras decía todo eso, empezó a llorar. Entonces me acerqué a ella y traté de contagiarle mi felicidad para su propia alma. Pero ella me rechazó y dijo:
- Tienes en tu corazón la felicidad interior. Úsalo cuando quieras, pero no conmigo. O te destruiré la vida. Vete ahora y déjame sola con mis penas.
Y ahí está, aquella gitana con quien solo intercambié conversación alguna aquel día. Logré alegrar a todos los que conozco, pero no a ella. No entiendo el porqué quiere sufrir, el porqué no quiere saber lo que es la felicidad. Tengo tantas ganas de acercarme a ella para consolarla, pero una especie de barrera invisible nos separa.
Pero… ¡Algo cambió en ella! Después de aquella conversación que tuvimos, cada atardecer sale de su tienda y observa cómo el sol se oculta entre la copa de los árboles. Tal vez esté esperando a que el anciano deje ir al alma que está en sus manos, o tal vez espera ver que el alma de esa criatura se marche de este mundo, en busca de aquel lugar al que creemos que van los muertos.
Y ahora, en este atardecer, mientras escribo esta historia, veo a la gitana en todo su triste panorama, como si un aura de penas y tristeza la cubrieran por completo.
Sí, lo sé. Con ella, los atardeceres son los más tristes que uno podría ver. Supongo que cuando termine de ocultarse el sol, ella entrará en su tienda y no saldrá de ahí hasta que se escuchen los primeros cantos del gallo. Y en cada noche, mientras estoy en mi cama, pienso en ella y en su tristeza, deseando que algún día descubriese que existe aquella palabra mágica y hermosa llamada felicidad, y que si no quiere arruinar la vida de otros, que trate de no predecir malos futuros y busque en lo más profundo de su corazón la alegría de poder vivir y soñar.
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