Estaba ahí el joven loco, con una camisa de fuerza y dentro de una pieza hecha de paredes acolchonado. No comprendía la razón por la que se encontraba en ese monstruoso lugar, pero todavía recordaba su vida antes de llegar a ese estado límite de su locura.
Siempre había sido un niño cuyos padres nunca le prestaron la debida atención. Ya en el colegio, los docentes advirtieron una conducta anormal en el niño, como que hablaba solo. No era que pensaba en voz alta, sino que hablaba como si estuviese hablando con alguien. El niño decía que eran unos duendes que vinieron a hacerle compañía, por lo que solo él los veía.
Sus padres, cuando escuchaban esas cosas, lo interpretaban como un juego y no como una locura. Así que dejaban que siguiera “soñando despierto” y no aceptaban otra observación del colegio.
Pasó el tiempo. El niño se convirtió en un joven y todavía seguía hablando con sus duendes. Para no meterse en problemas después con sus profesores y sus padres, pidió a sus duendes que le hablaran cuando estuviesen completamente solos, así no le tildarían de “loco”
Pero a veces, un loco ya no puede fingir su secreto.
Recién sus padres se preocuparon cuando un día, al recibir la nota de los profesores, se enteraron de que el joven gritó en clases, empezó a correr empujando a sus compañeros y se revolcó en el suelo, sin parar de pedir ayuda y de pedir que pararan de molestarlo.
Los padres hablaron con su hijo y, entonces, él les dijo que los duendes no le hicieron caso en su advertencia de que le hablaran cuando estuviesen solos. Más bien, empezaron a recorrer su cabeza y a tironearle de los cabellos, por lo que no pudo aguantar más y se comportó de esa manera.
Después de eso, el joven fue con un psiquiatra que empezó a analizarlo. Le preguntó sobre sus duendes, cuándo los vio y de qué solían hablar. También le preguntó la apariencia física de los duendes. Cuántos eran y cada cuanto los veía. Después lo presionó con preguntas sobre su infancia, si tuvo amigos, y si no los tuvo tal vez creó a sus amigos, que muchos niños solitarios tienen amigos imaginarios, si nunca se enamoró, si sus padres le trataban bien, cómo eran los profesores con él… cosas así.
El joven, con una rabia fuera de lo normal, se abalanzó sobre el doctor para atacarlo. Pero no era porque quería hacerlo daño, sino porque los supuestos duendes estaban por cortarle los pocos cabellos del psiquiatra y estaban por derramarle un balde lleno de agua.
Por suerte, el enfermero que estaba ahí atajó al joven, tratando de inmovilizarlo. El doctor lo inyectó y, al entrar en un profundo sueño, no recordó qué pasó después.
Al despertar, se encontró atado a una camilla. Giró la cabeza a un costado y encontró a sus padres, que parecían apenados por la conducta de su hijo.
La madre se acercó a él, le acarició suavemente la cabeza y le dijo:
- Hijo, hay algo que tienes en la cabeza, que es el cerebro. Por alguna razón, tu cerebro tuvo algunas fallas y empezó a actuar de acuerdo a tu deseo, produciendo así que tú vieras cosas que no existen. Esos duendes son solo producto de tu imaginación. Si aceptas eso, podremos ayudarte en tu problema.
- ¡Pero sí existen!- dijo el joven, rabioso de que ni sus padres lo creyeran- y siempre fueron los únicos que me acompañaron en mi soledad. Ustedes jamás se preocuparon por mí. Ellos sí. Los duendes son parte de mi vida y sería un delito si me obligaran a hacerlos desaparecer. ¡Quiero que ustedes desaparezcan, malditos!
- ¡Ya deja la fantasía a un lado!- le dijo su padre, con una voz dura- si no admites tu locura, te harán el electroshock. Debimos haberte medicado desde el principio, pero cometimos un error. Es humano equivocarse y no nos acuses de nuestros errores o…
- ¿O que? ¿Me castigarán? Eso no cambiara mi opinión con respecto a ustedes y a mis duendes. Ah, por cierto, hay uno que te va a arrojar algo.
En efecto, cerca de la ventana había un duende con dos tizas en cada mano. El duende empezó a arrojar las tizas hacia el incrédulo padre que, un poco extrañado, miró hacia el lugar en donde le habían arrojado el objeto.
- ¿Qué pasa, cariño?- preguntó la madre.
- Alguien me está tirando tizas- dijo el padre, que se asomó por la ventana- de seguro habrá sido un niño travieso.
- No fue un niño, sino un duende- siguió diciendo el joven.
Después de eso, entró el doctor anunciando el fin de la visita.
Los padres prometieron visitarlo para el día siguiente, cuando se hiciera el electroshock para curar su locura.
Y ahí estaba, el joven loco sentado en un rincón de la pieza acolchada, junto con sus duendes que no paraban de acompañarlo en todo momento.
El loco, al ver a los duendes, no pudo evitar sentir un odio hacia ellos.
- ¡Por culpa de ustedes estoy en este estado! ¿Por qué nunca se muestran a los demás? ¿Por qué me hacen ver como a un loco? ¿No era que somos amigos?
- Nos debes un favor- le dijo uno de los duendes- supuestamente estaríamos contigo hasta que terminaras tu infancia, pero tú insististe en que te acompañáramos un poquito más y ahí rompiste el trato.
- Así que nos revelamos y te hicimos todos estos problemas- le contestó el otro duende- pero ya que nos ves así, te dejaremos a tu suerte.
- ¡Esperen! ¡No se vayan! No podré soportar esto y solo- dijo el joven, al ver que los duendes estaban desapareciendo poco a poco.
- Lo sentimos, pero un trato es un trato. Ahora iremos con otro niño más necesitado que tú. Los humanos, al crecer, se vuelven menos interesantes y es difícil de entretenerlos.
Y así, el loco vio cómo poco a poco, los únicos amigos que creyó conocer durante su corta vida, desaparecieron antes de que los médicos lo curaran de su locura con el electroshock.
1 comentario:
Amigo, ese niño no esta loco... bueno creo que yo si porque en mi cabeza habita uno me gusto esta historia, es entretenida a mi gusto personal.
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