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lunes, 7 de mayo de 2007

Cuentas a pagar

Se oye el sonido del timbre. Luego, el ruido de varios sobres entrando en un buzón, y más tarde, el que los puso, se va en su bicicleta, silbando una canción de jazz, muy suavecito.
Y como siempre, el dueño del departamento revisa el buzón, y ve las cartas, que son nada más ni nada menos que las cuentas a pagar.
Cuando siempre recibe las cuentas, murmura en voz baja algunas groserías en guaraní, y luego, se mete en la casa, dando un fuerte portazo.
Se sienta en el escritorio, que está iluminado con una pequeña lamparita, y hace las cuentas de los gastos del mes.
Como su escritorio estaba al lado de la ventana, puede ver lo que pasa afuera. Todas las mañanas, pasa una viejita muy encorvada, que a pesar de que apenas camina, cruza la gran avenida, cuya amenaza es ser chocada por un vehículo. Luego, hacia el mediodía, pasa una jovencita, que carga un bebé en brazos. Es muy pobre. Por las tardes, pasa su compañero de trabajo, saludándolo cuando veía su rostro en la ventana, y por las noches, pasa un travesti, que tiene pinta de estar drogado.
Mientras hace las cuentas, recuerda el día en que salió de su casa. Apenas había terminado el colegio, y ya lo echaban, para que se desenvolviera solo en la vida.
El primer trabajo que consiguió fue el de jardinero, pero como no hacía bien el trabajo, fue un repartidor de pizzas.
Se quedó con ese trabajo, y vivió en un departamento alquilado. Lo malo era que con el dinero que ganaba, no le alcanzaba para pagar el alquiler, y las cuentas que tenía eran muy elevadas.
Ahora, tiene otro empleo, que es el de limpiador de un edificio. Con los dos oficios que posee ahora, el dinero le alcanza justo para pagar todas las cuentas, y siempre que aparecía él, con su bicicleta y su silbar, maldecía en voz baja, ya que las cuentas siempre eran altas.
Cuando terminó de hacer los cálculos, y de contar el dinero que tiene, agarró dos panes y un jamón, haciéndose un mixto caliente.
Se sienta en el sofá, y mientras come su miserable cena, envidia al cartero, a la anciana, a la madre pobre, a su compañero de trabajo, y al travesti. Desde la ventana, se los veía muy felices, a pesar de la miserable vida que lleva cada uno.
Y no para de maldecir la vida que lleva, hasta que se acostó a dormir. Hace mucho que sus padres no escriben, ni llaman. Sus amigos ni se acuerdan de él, y sus hermanos están muy ocupados con sus asuntos.
Y ahí está, dormitando, pensando en sus padres, que habían esperado más de su hijo, que entrara en la universidad, y fuese un profesional, que tuviese una familia, y viviera en un lugar decente.
Todo eso esperó su familia de él, y mientras el sueño lo agarra por completo, piensa en la desilusión que ellos se llevaron, al enterarse de la vida que lleva. Tal vez, por eso, quizás ellos ya no le escriben.
Pareciera que no les importa lo que le pase.
Y con todos esos pensamientos, duerme profundamente, esperando que la vida le diera más de lo que le puede dar.

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