Sofía y Ana siempre fueron las mejores amigas. No era que fuesen iguales, pero compartían una misma afición: el gusto por la lectura.
Desde pequeñas se destacaban en la clase por leer libros. Mientras los niños jugaban en los recreos, ellas dos se sentaban en un rincón y leían los libros que traían de sus casas o prestaban de la biblioteca. Se sabían desde los cuentos clásicos hasta los desconocidos. Y como amaban leer, nunca hicieron dramas en las clases por leer en voz alta. Incluso, los otros compañeritos le rogaban que les contaran la historia para hacer una tarea con tal de no leer el libro. Sofía, en ese aspecto, no cedía. Ana, en cambio, era más amable en ese tema y les comentaba lo que leyó.
Así crecieron, hasta que terminaron el colegio y cada una siguió su vida. A Sofía se le ocurrió estudiar Derecho para ser una excelente abogada. Ana, en cambio, siguió la carrera de Literatura y letras y se dedicó a la docencia. Con esto, las dos amigas se separaron por un buen tiempo, aunque siguieron comunicándose por teléfono y correo electrónico.
Un día, Ana recibió un correo de Sofía, en la que ésta le invitaba a su casa. Dijo que tenía una excelente colección de libros que mostrar y que, de seguro, le encantaría. La cita era el domingo por la tarde. Como Ana no tenía nada que hacer, aceptó la invitación.
Llegó el domingo. Sofía, luego de terminar sus estudios, salió de la casa de sus padres y se fue a mudar en un departamento. Por suerte, era cerca de donde vivía Ana, que también salió de la casa de sus padres y se compró una casita pequeña, pero linda. Odiaba los departamentos. Pero, por Sofía, aceptó ir en el suyo.
Cuando llegó, se sorprendió por lo mucho que cambió Sofía. Tenía el cabello corto y estaba más delgada. Ana, en cambio, seguía teniendo el pelo largo y recogido en una cola. Las dos amigas se abrazaron y empezaron a gritar de la emoción.
- ¡Tanto tiempo! ¿qué pasó de vos, que no venías más?- le dijo Sofía a Ana.
- Tuve mucho trabajo- dijo Ana- ¡Qué cambiada estás! Parecés una abogada.
- Y lo soy. Pero mejor pasá y dejemos de hablar de nuestros trabajos. Tengo que mostrarte mis libros.
Ana pasó con mucho gusto.
El departamento de Sofía era muy amplio. En una pared estaban colgados sus títulos y diplomas. La casa estaba llena de cuadros, pero en ningún lado vio una biblioteca llena de libros. La casa de Ana, en cambio, ya contaba con una biblioteca al entrar a la casa. La biblioteca estaba ordenada de acuerdo a los autores de los libros y de acuerdo a su categoría: novelas, cuentos, poemas, ensayos, etc…
Sofía la sentó en el sofá de la sala. Cuando Ana le preguntó por su biblioteca, Sofía le dijo:
- Ya lo verás. Te lo traeré enseguida.
Entró en una pieza y enseguida salió. En sus manos traía una laptop. Se sentó junto a su amiga, prendió la laptop y entró en una carpeta que estaba llena de documentos Word y pdf.
- ¿Y esto?- dijo Ana, sin entender.
- Es mi biblioteca- le dijo Sofía, como si fuese evidente- aquí tengo todos los libros que siempre he deseado, pero que nunca pude comprar. ¡Mira! ¡Tengo el libro completo de El Quijote! ¿No te parece emocionante?
Ana no sabía qué decir. Ya había oído hablar de esa clase de libros, que se leen directamente de la computadora y se bajan por internet. La verdad nunca se atrevió a tener libros así, dado que le parecía más cómodo leer los libros impresos. Sofía, desde siempre, fue amante de la tecnología y lo virtual. Por lo tanto, era comprensible que tuviese libros electrónicos, o “ibuks”, como los decía algunas personas.
- Vaya, y yo que esperaba encontrarme con una biblioteca normal- dijo Ana.
- Vivo en un departamento- dijo Sofía- no puedo tener tantas cosas. Por eso opté por esta clase de biblioteca.
- Pero las personas se impresionan más cuando entran en la casa de una abogada y ven su biblioteca- dijo Ana- siempre fue así.
- Es hora de cambiar ciertas costumbres- dijo Sofía- sé lo mucho que te costó el internet. Incluso tardaste tiempo en tener tu primer correo electrónico. Aunque no nos veamos mucho, nos comunicamos constantemente. Todo es gracias a la tecnología.
- Si, pero prefiero el contacto- dijo Ana- tu biblioteca es genial, pero hubiese querido palpar tus libros, hojear tus paginas… ¿lo entiendes?
- Puedes entrar en un archivo. No ojearas las páginas, pero podrías pasarlas.
Ana abrió un archivo que decía MUJERCITAS_LOUISA MAY ALCOTT. Conocía la historia, fue su favorita de cuando era niña, pero nunca leyó la versión original. Con el teclado, pasó las páginas que titilaban lentamente en la pantalla. Era la versión original de Mujercitas. Siempre quiso comprarlo y ojearlo antes de leerlo, así como oler sus páginas de libro recién comprado y hacer un espacio en su mesita de luz para acordarse de leerlo. No entendía cómo podía disfrutar de esas cosas si tenía el libro en una laptop, en la que tenía que hacer clik y buscar con el mouse la página en donde detuvo su lectura. Y dado que estaba dentro de una laptop, tampoco podía usar señalero. Y tenía una gran cantidad que fue coleccionando a lo largo de su vida. Tenía señaleros de cartulina, señaleros de colores, los de diseños extravagantes y los simples. Incluso, tenía señaleros naturales, que eran hojas secas, palitos recogidos del piso y hasta pétalos de flores secas. En todo eso pensaba mientras pasaba las hojas virtuales lentamente.
Cuando terminó las hojas, salió del programa. Miró a Sofía, que parecía muy feliz con su colección. Al final, le preguntó cuantos libros tenía dentro de esa máquina y le sorprendió lo que Sofía le dijo:
- Tengo exactamente 543 libros dentro de esa máquina. Y también tengo un CD, en donde tengo 600 libros más. ¿Y cómo crees que entraría toda esa cantidad de libros en este departamento? Será amplio, pero no tendré espacio para libros. Pero no te preocupes, en mi oficina tengo una biblioteca común, en donde puse las enciclopedias y libros de Derecho.
Ana abrió la boca al escuchar la cifra. Ella había tenido 800 libros en su casa, pero tuvo que tirar la mitad porque les afectó la humedad y el cupi’i. Fue una época muy dura y difícil. Lloró mucho al tener que tirar esos libros, y más porque eran los que siempre le gustaron. Y Sofía, en cambio, no solo tenía los libros en su laptop, sino también dentro de un CD. ¿No era eso injusto?
Pero entonces, se acordó de algo que le dijo una compañera de facultad hacia tiempo: que todo lo que venga de la computadora e internet nunca perduraría con el tiempo, porque solo basta con apretar un botón para eliminarlo todo. En cambio, el resto, se deteriora con el paso de los siglos y años, pero todavía se conservan y se pueden admirar y reparar. Sofía podría tener todos los “ibuks” que quisiera, pero si su laptop fuese afectado por un virus, todos esos preciados libros que le costó copiar y bajar de internet, desaparecerían por completo.
Pero decidió no aguarle la alegría a su amiga de la infancia. Hacía mucho que no se veían, y no se pondrían a pelear por diferencia de opinión. Al final, le dijo:
- Tu colección es excelente. Deberíamos leerlos algún día. ¿Sabes? Yo también tengo una espectacular colección de libros, pero de los impresos. ¿Cuándo vas a visitarme?
- Será en otro domingo- dijo Sofía- estoy ansiosa por ver esos libros.
- Bien, entonces pasa por mi casa el domingo que viene. ¿Aceptas?
- Acepto. ¡Nos veremos!
Al final, Sofía terminó copiando en un CD los libros que no tenía Ana, se los dio y le dijo que, si quería leerlos impresos, podía ir a una imprenta. Ana aceptó y le agradeció a su amiga.
Y desde ese domingo, se vieron con mucha frecuencia para leer libros, ya sea impreso o electrónico.
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