La calle estaba solitaria
cuando pasé ahí aquella vez.
Solo me acompañaba mi sombra
y nada más que mi sombra.
La desesperación me invadía,
no sabía qué demonios hacer.
Solo caminaba lentamente
lamentando lo que perdí.
Lo único que deseaba
era el consuelo de la soledad,
traspasar el umbral de mis deseos
y así poder descanzar en paz.
Mis lágrimas caían lentamente
sin retenerlas a tiempo.
No sabía de qué servía llorar
si así no lograría nada.
El camino se hacía extenso
a cada paso que daba.
Me parecía que seguiría andando
por la calle solitaria
sin saber adónde iba
y haciendo pasar el tiempo...
transpasando la eternidad.
Solo lloraba y caminaba,
y mi sombra me imitaba.
Quería olvidar las penas,
arranzar esa tristeza que
sentía en el alma.
El aire que respiraba
en aquellos duros momentos,
se hacía cada vez más denso
a cada paso que daba.
Era la señal de que algo
se estaba a punto de acercar.
La soledad iba en camino
para hacerme una grata compañía.
Así disfrutaría un rato
de la absoluta soledad
en esa solitaria calle
en esa solitaria calle
en donde mis pasos acababa de dar.
La soledad venía en camino
para mis lágrimas secar,
y aunque esto duela en el alma
la realidad debo aceptar.
Aquello que he perdido
difícilmente podré recuperar.
Pasarán años, siglos
y una media eternidad
para que por fín encuentre
para que por fín encuentre
aquello que me dio vida
y me indicó el camino correcto
de la verdadera felicidad.
Aún guardo las esperanzas
de lograr lo que quiero,
mientras ese solitario camino
no me atrape en la oscuridad
y me muestre la hermosa luz
de alegría, esperanza y libertad.
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