Casi siempre suelo ir a las tertulias literarias, que se realizan todas las tardes de verano en un café que queda a la vuelta de mi casa. A veces leemos fragmentos de novelas, cuentos o poemas de autores famosos, populares, conocidos y desconocidos. Los más "osados" se atreven a leer sus propias creaciones. Pero de lo que nunca me voy a olvidar es de una mujer que, solo una vez, pisó ese lugar para narrarnos una historia extraña.
Al principio, nadie le hacía caso. No era hermosa. Más bien tenía un rostro muy común. Era petisa y muy flaca. Lo único que llamaba la atención era que solo llevaba un aro grande en una de sus orejas. Y como casi nadie se fijó en ella, cuando pasó al frente, tuvo que sonar varias veces su garganta hasta que los que estaban más cerca se percataran de su presencia y pidieran silencio al público.
cuando por fín todos se callaron, ella comenzó a narrar su historia.
- El narrador estaba solo, encerrado en un rancho que se encontraba en la montaña más alta del mundo. No habían otras personas, ni plantas, ni animales a quienes contar sus historias. Y como fiel narrador, necesitaba que alguien lo escuchase. El problema era... ¿Quién podría ser ese alguien? Pensando y pensando, se le ocurrió una brillante idea.
Se quedó callada un rato. Al final, preguntó al público qué idea se le ocurrió al narrador.
- ¡Creó un amigo imaginario!
- ¡Habló con los objetos de la casa!
- ¿Invocó a Dios?
- ¡No! ¡Ya sé! ¡Bajó de la montaña para buscar a quien lo escuchase!
La mujer negó rotundamente con la cabeza.
- El narrador era ateo, así que no podía invocar a Dios. Y todos sus amigos imaginarios eran parte de sus historias. Y no tenía objetos, solo un rancho, que encima estaba cerrado con llave y las ventanas tenían barrotes. Por lo tanto, tampoco podía salir.
- ¡Ya sé!- dijo alguien del público- Estaba en una cárcel. ¡Y había guardias vigilando! Por lo tanto, les contó a ellos sus historias.
- ¡Ya dije al comienzo que estaba completamente solo!- dijo la mujer, que estaba disfrutando de la intriga del público.
Y como el público no captaba la idea, la mujer siguió con la historia.
- Lo que hizo ese narrador fue lo siguiente: contarse las historias a sí mismo. Se contó todo lo que sabía sobre las princesas, los duendes, los alienígenas, los ogros, las sirenas, las lombrices... hasta se contó historias verídicas, como la caída de Roma, el Renacimiento, el descubrimiento de América... y así, hasta que se dio cuenta de que ya se contó todas sus historias y que, muchas, ya eran muy repetitivas. Por lo tanto, supuso que la razón por la que nunca se aburría de contar lo mismo era porque, toda su vida, tuvo un público diferente. Iba de pueblo en pueblo, por lo tanto conocía otras personas con otras ideas y que, de seguro, nunca en sus vidas escucharon las historias que contó a los pueblos vecinos. Pero, como en esos momentos, él era el único público disponible, tenía que hacer todo el esfuerzo posible para inventar otras historias. Por lo tanto, volvió a pensar y pensar hasta que se le ocurrió otra idea: Mezclar las historias y, a base de eso, crear otras nuevas. Por ejemplo, se contó la historia de un alienígena que rescató a la princesa que, por perder un zapatito de cristal, quedó dormida por cien años.
Al decir todo eso, quedó en silencio. Todos quedamos expectantes por saber qué pasaba después. Al final, la mujer empezó a caminar, se sentó en su mesa y tomó tranquilamente un vaso de café como si nada.
- ¿Eso es todo?- dije, hablando por el público- ¿Qué pasó después? ¿Qué pasó antes? jamas nos dijiste cómo quedó encerrado ahí, ni cómo vivía ni nada.
- Ya no tengo más nada que decir- dijo la mujer- es todo lo que sé. Ahora, si me disculpan, tengo que ir a casa.
Cuando se fue, todos empezaron a discutir sobre la historia. Todos queríamos saber de dónde venía el narrador, qué hacía en ese horrible lugar, si alguien lo encerró y qué hizo para merecerlo. Hasta nos preguntamos si logró escapar de ahí, con qué se alimentaba, si realmente estaba muy solo y cómo solucionó sus problemas.
Cuando terminó la tertulia, fui a casa y busqué por Internet la historia que la mujer nos contó. No encontré nada. Busqué en todos los foros literarios, en todas las bibliotecas virtuales, en todas las páginas de cuentos... hasta busqué si había alguna película o algo relacionado con el tema.
Nada. Absolutamente nada. La única esperanza que me quedaba era regresar cada día a la tertulia, para volver a encontrarme con ella y exigirle que nos cuente toda la historia. O, al menos, que me diga de dónde la sacó o si es un invento suyo.
Pero nunca más regresó. Nadie nunca la vio. Era como si se hiciese humo. Como si solo hubiese existido para intrigarnos con esa historia.
Por suerte, días después, todo volvió a la normalidad. Cada tanto comentábamos sobre esa mujer, pero ya a nadie le interesó investigar sobre el tema. Pasó directamente a los temas sin resolver de las grandes incógnitas de la historia del mundo y del universo.