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sábado, 28 de mayo de 2011

El mundo de memorias

Desde pequeña, siempre había escuchado que el “fin del mundo está cerca”. No me acuerdo en qué año un meteorito pasó rozando la Tierra, lo cual todos argumentaron que Dios decidió darnos otra oportunidad. Tiempo después, ya cerca del 2000, la gente hablaba de que todas las computadoras se volverían locas y sería el fin del mundo. Por supuesto, yo esperaba ver a un monstruo cibernético azotando a la humanidad. Pero no pasó nada. Terminó el 2000, seguí creciendo… y ahora todos están con el tema de que el fin del mundo será en el 2012. Hasta hicieron una película y todo. De seguro volverá a pasar el 2012 y yo seguiré envejeciendo. Tal vez ya trabajando, o formando una familia.

Aún así, no puedo evitar seguir pensando en el tema. No sé si seguiré viva o no, pero de que habrá un final, habrá un final. La pregunta es: ¿La humanidad se dará cuenta de ese final?

Un día, hablando con un amigo sobre el tema, se nos ocurrió una extraña idea: de que el fin del mundo ya ocurrió, pero que nadie se dio cuenta. Y solo vivimos gracias a nuestras memorias.

- Suena raro, pero es así- me dijo Enrique, mi amigo- las personas no quieren aceptar la idea de que todo acaba con la muerte. Imagínate que, un día, cae un meteorito y destruye la Tierra. La mitad de la población mundial estará dormida, pero la otra mitad será consciente de ese gran impacto que acabará con toda vida terrícola. Los que no se dieron cuenta, de seguro, despertará y verá el mundo transcurrir tal como fue el día anterior. Prácticamente, quedan sus recuerdos y los van desarrollando conforme pasa el tiempo.

- ¿Y qué pasa con los que sí se dieron cuenta del impacto?- pregunté- ¿Acaso se resignarán e irán al cielo o infierno?

- Algunos optarán por eso- contestó Enrique- pero hay una gran cantidad de personas que aún quieren vivir y cumplir sus sueños. Por lo tanto, dirán que sufrieron una pesadilla y se encontrarán en el estado de los “que no se dieron cuenta”.

Había llovido mucho, pero el sol ya asomaba por unas nubes, que se separaban poco a poco y descubrían un hermoso arcoíris. Comenté sobre cómo Dios prometió que no exterminaría más a la humanidad al regalarle ese arcoíris y cómo, a pesar de todo, igual había la amenaza del fin del mundo.

- Yo creo que ese diluvio ocurrió por el derretimiento de los glaciares- comentó Enrique- cada tanto, la Tierra tiende a eliminar a los seres vivos que la habitan por un periodo. Ocurrió con los dinosaurios y casi ocurrió con ese diluvio universal. Por suerte, el hombre ya evolucionó lo bastante como para construir botes, canoas o subirse a las montañas. Si no quedara ningún ser humano luego del diluvio, ¿qué vendría después? ¿Será que los delfines y ballenas evolucionarían hasta ser como nosotros?

- A lo mejor eso fue lo que pasó- se me ocurrió decir- a lo mejor la humanidad fue completamente exterminada, pero no quisieron aceptarlo y vivieron gracias a las memorias. A lo mejor… ¡Nosotros somos solo memorias!

- ¡Has captado mi idea!

- Pero entonces… ¿No deberíamos morir? ¿O sí? Digo, mi mamá murió en un accidente de tránsito. Hasta la enterraron y todo. Y también hay muchos que mueren de hambre. ¿Será que eso igual ocurre, aunque seamos memorias?

- El tema es que nos manejamos por medio de la lógica. Aunque seamos memorias, tenemos muy bien incorporado el concepto de que “no todo sale como uno quiere”. A lo mejor nadie tiene que darse cuenta de que no somos real. Tu mamá murió, pero sigue viviendo en algún rincón del universo gracias a la memoria.

- Entonces, si soy una memoria, tengo que conseguir fácilmente que aparezca a mi lado.

Miré por todos los rincones, esperando a que mi mamá apareciera. La verdad, siempre me pregunté qué pasaría si aún viviera, si nunca hubiese tomado ese colectivo a esa hora. Por más que miré, no apareció ni su sombra. Resignada, dije:

- De seguro, son estas cosas las que demuestran que no somos memorias.

- Pero la memoria no puede ser eterna- dijo mi amigo- a lo mejor, cuando una memoria muere, vuelve a vivir en “otra memoria”. Es como un largo y tedioso círculo vicioso. El ser vivo real, al morir, no quiere aceptar la idea de su muerte y usa su memoria para que “todo siga igual”. Cuando pasa eso, realmente cree que sigue vivo, entonces otra vez le ocurre algo que acaba con su vida. Y otra vez no quiere aceptarlo e insiste en que “fue una pesadilla”. Y aquí quiero volver al tema del diluvio. La humanidad fue exterminada, pero vivió gracias a la memoria. Todo fue bien hasta el año 1000 Después de Cristo, cuando se dijo que sería el fin del mundo. A lo mejor la peste fue más grave de lo que pensamos y acabó con toda la humanidad. Otra vez usaron el mismo recurso y salió con que la peste fue erradicada y que “salieron de la pesadilla”. En el año 2000 otra vez pasó una catástrofe que acabó con todos, pero otra vez las personas no quisieron aceptarlo. Y aquí estamos ahora, divagando cualquier cosa por no tener nada mejor que hacer.

Me reí por su último comentario. La verdad, teníamos demasiado tiempo libre para pensar en esas cosas.

Después de eso, caminamos juntos hasta la esquina. Teníamos que cruzar una avenida muy ancha y, lo peor, es que el semáforo no funcionaba.

Cuando nos cercioramos de que no pasaba ningún auto, cruzamos. Entonces, apareció una camioneta que dobló la esquina con una velocidad sorprendente e iba directo hacia mí.

No recuerdo qué pasó después, dado que todo fue tan rápido. Primero pude palpar, por un instante, los faros de la camioneta. Pero, luego, sentí que alguien me estiraba para atrás y, con eso, perdí el conocimiento.

Cuando desperté, mi amigo apoyaba mi cabeza en su regazo. Estaba muy asustado. Frente mío estaba la camioneta, de donde salía un señor barbudo y gordito que empezaba a preguntarme si me encontraba bien.

- ¡Loco! ¡Casi la matas!- le gritó Enrique al conductor.

- Estoy bien. Descuida- dije, incorporándome lentamente. Tenía algunos rasguños, pero por lo demás me encontraba bien.

Pasado el susto y la discusión, Enrique me acompañó hasta mi casa. No nos dirigimos la palabra en ningún momento. Parecía que él aún no se había recuperado del todo por lo que acababa de pasar. Yo, por mi parte, me sentía muy tranquila.

Cuando nos despedimos y entré en mi cuarto, me sentí extraña. No sé si será por la charla que tuvimos, pero empecé a sospechar de que yo, ese día, fui arrollada por la camioneta dejándome en pedazos. Y que solo seguía respirando gracias a la memoria. “Como si nunca hubiese pasado nada”.

Pero bue, en fín…

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